
En 1921 el educador de origen escocés Alexander Sutherland Neill fundó una escuela cuya aspiración era alcanzar la felicidad de los seres humanos. La base era el amor, el respeto y la confianza en la bondad de las personas.
Esta escuela funcionaba de manera diferente a las convencionales. El niño no vivía con sus padres, pues el colegio funcionaba en régimen de internado y era como una gran familia y una democracia. Cada semana se celebraba una asamblea en la que se exponían los problemas, que pudiera haber, para buscar soluciones. Todos, niños y adultos, tenían los mismos derechos a opinar y votar.
No había exámenes ni calificaciones, no era obligatorio asistir a clase, el órgano de gestión era la asamblea, no había reprimendas ni sermones, se trataba por igual a niños y niñas. Todo se decidía en asamblea, el voto de los niños tenía el mismo valor que el de los profesores, incluso que el del director del centro. No existían jerarquías, privilegios, autoridad ni burocracia.
No se hablaba de disciplina, las normas las ponían los propios niños, los horarios apenas existían. La asistencia a las clases era voluntaria, nunca se castigaba a un chico y los maestros eran infinitamente permisivos.
No se trataba de enseñar, los niños aprendían sólo aquello que realmente despertaba su interés y la tarea del maestro consistía en responder a las cuestiones que planteaba el alumno.
No regía aquel principio que se ha aplicado en todas las sociedades de todos los tiempos y que consiste en que tiene que haber, para el que incumple las normas, algún tipo de sanción aunque no sea un castigo físico que ya se prohibió en nuestra Constitución de Cádiz de 1812.
El objetivo no era la adquisición de conocimientos ni la educación. Su objetivo, decía él, era el mismo que el fin de nuestra vida: sino conseguir la felicidad del niño a través de la libertad total para que escogiera su propio camino renunciando a la autoridad.
Aunque existen varias escuelas análogas alrededor del mundo, una de ellas en Barcelona, no hay que decir que la escuela de Sutherland fue un absoluto fracaso.
La realidad es que no se puede aprender sin estudiar. Desde Aristóteles si no estudias no aprendes y si no aprendes no sabes. La función del profesor no es adoctrinar, es enseñar y la de los padres respaldar al profesor.
Enrique Gómez Gonzalvo 5-01-2022 Referencia 514