
Malos son los que gozan con el dolor ajeno o con el perjuicio económico o moral. Thomas Hobbes, filósofo inglés, ya decía en el siglo XVII en su obra El Leviatán, que “el hombre es un lobo para el hombre”. Es la metáfora del animal salvaje, que el hombre lleva por dentro, por lo que es capaz de realizar grandes atrocidades contra los individuos de su propia especie.
Para Rousseau, un siglo más tarde, el hombre no es malo por naturaleza sino que es la sociedad con la aparición de la propiedad y la competitividad el que lo transforma. Para evitarlo propuso un pacto colectivo, el famoso “contrato social” por el cual el hombre renunciaría a sus egoísmos individuales en favor de la colectividad.
Las opiniones de Nietzsche, Freud o Jung no fueron más optimistas. A finales del siglo XIX Nietzsche decía que el afán de poder que rige el comportamiento humano no es un medio para conseguir deseos, sino que es un deseo en sí mismo. El sentido moral de la vida del cristiano no tiene ningún sentido si la vida misma no lo tiene. Esta es la filosofía del nihilismo.
El pensamiento progresista, predominante en la actualidad, dice que todos los hombres nacen buenos e iguales en potencia, que el castigo es pernicioso y que en las aulas no hay que intervenir autoritariamente. A través de la educación se puede conseguir el hombre nuevo que se asemejaría al “buen salvaje.”
Actualmente la neurociencia está revolucionando muchos conceptos que antes pertenecían a la filosofía, a la religión o a la metafísica. Sus conclusiones no son disquisiciones teóricas, son el resultado de los trabajos realizados con la tomografía por emisión de positrones (PET), la resonancia magnética funcional (FMR) y la magneto encefalografía (MEG), que les permiten la obtención de imágenes del cerebro en circunstancias diversas y el registro de su actividad funcional mediante la captación de campos magnéticos. Todo ello en colaboración con neurólogos, psicólogos experimentales y genetistas.
Los neurocientíficos dicen que no es verdad que los seres humanos nazcan buenos y que la sociedad los convierta en demonios. Que tampoco los humanos son los seres más crueles de la creación, que hay animales más sanguinarios que han llevado a cabo mayores genocidios. Los datos que obtienen demuestran que el grado de maldad de cada persona está en su cerebro y depende fundamentalmente de la herencia genética, por lo que poco puede hacer la sociedad. La influencia de la educación, de la familia y de la escuela es casi nula, no llega al 1 %. Si acaso tienen más importancia los compañeros, la banda, los amigos y sobre todo el líder del grupo juvenil, que es el que tiene prestigio. También influye el itinerario personal de cada individuo, lo que le ha sucedido a lo largo de su vida.
Para el profesor Tobeña la gente normal representa el 75 %. Los buenos, los que para no hacer el mal no necesitan medidas coercitivas, son el 20 %. Los malos, los que se alegran con el mal ajeno el 5 % (dentro de ellos, los muy malos, los psicópatas son el 1 %, son cerebros peculiares o cerebros estropeados, pero no patológicos).
La realidad es que la maldad en nuestra sociedad tiene un premio. En las películas las chicas más atractivas suelen enamorarse de los chicos malos y es que la agresividad sirve también para conseguir pareja.
La cúspide del poder económico, político o de los medios de comunicación se nutre de desaprensivos porque para liderar o gobernar se necesitan condiciones como la astucia, la persuasión, la manipulación, la falsedad, la crueldad.
Sin embargo la mayor parte del sufrimiento de la humanidad no se ha producido individualmente sino por litigios entre grupos humanos con ideologías o religiones diferentes.
Enrique Gómez Gonzalvo 30-11-2021/ Referencia 486