“¡Cómo subía las escaleras de la Audiencia Nacional este ex seminarista (como Stalin)!
Era un pavo real, era el Cid Campeador, era Hércules, era el superhombre de Nietzsche! El no iba a la Audiencia a administrar la ley. El era la ley, estaba por encima de ella, Pero sobre todo, era la vanidad hecha carne.
¡Con qué prepotencia apoyaba el pie derecho sobre el cuerno del cervatillo que había abatido en la famosa cacería con Bermejo, ministro de Justicia y el Jefe Superior de Policía! La presa de la cacería no eran los ciervos, sino los diputados del PP (caso Gurtel).
¡Dejadme a mí! les diría, como hacen los toreros en la plaza cuando se quieren lucir! Yo lo solucionaré. Y puso micrófonos ocultos donde los detenidos hablaban con sus abogados. El hecho de que esto fuera un delito carecía de importancia para él.
Hay que continuar. Hay que buscar casos que den fama, dictadores por el mundo. El más antiguo Fidel Castro, que lleva 50 años torturando y asesinando, pero es comunista y por tanto muy amigo de los progres y a mí, a progre no me gana nadie. Y se fijó en el anciano Pinochet, que a la sazón se encontraba en Londres, estaba enfermo, pero su gran pecado había sido evitar el comunismo en Chile que le habría llevado a la miseria. Es mejor buscar en España. ¿Quizá Carrillo por lo de Paracuellos? Pero, qué casualidad, es amigo mío y de los de la ceja.
Entonces, superándose a si mismo pensó en Franco. Hasta ahora, solamente Jesucristo había dicho que el día del Juicio Final juzgaría a los vivos y a los muertos. ¿Por qué él no podía juzgar a Franco, aunque cometiera el mismo pecado que Lucifer, querer ser como Dios? Además nadie le defendería. Los que un día estuvieron con él, ahora está muertos o le niegan como San Pedro negó a Jesucristo. Rodríguez Zapatero, a la sazón Presidente del Gobierno, pensaría: tan listo como soy y no se me había ocurrido. Y llegó al esperpento de pedir el certificado de defunción del que está bajo una losa de granito de 1.500 Kg en el Valle de los Caídos. Como tampoco que hubiera habido una amnistía tras la aprobación de la Constitución.
Pero no solo hay soberbia. Se acompaña de avaricia. Si alguno de los compañeros de pupitre se había hecho rico honradamente montando una empresa, él, valiendo mucho más no podía ser menos, no sería justo. ¿No estaba en este mundo para impartir justicia? Empezaría por corregir la injusticia económica que con él se había cometido.
¿Cómo lo haría? Y se le ocurrió una idea. Les diría a sus amigos del gobierno, a los de la ceja y a los progres en general, que iría a los EE UU a enseñarles a los americanos lo que es la democracia, que ellos los pobres, todavía no lo saben.
Pero ¿Cómo los financiaría? Y de pronto se acordó de Emilio Botín que tenía un asunto pendiente en la Audiencia Nacional. Le escribiría una carta que encabezaría con un Querido Emilio, presidente del Banco de Santander, pidiéndole que subvencionara esos cursos. Y terminaría firmando Baltasar Garzón, Juez de la Audiencia Nacional. ¿Verdad que colaboraría?
Dicen que su patrimonio es de unos mil millones de pesetas. ¿Cuántos querido Emilio habrá escrito?
Todo tiene un fin. El 9 de febrero de 2012 el Tribunal Supremo le condenó de forma unánime por prevaricación de forma continuada con la pena de 11 años de inhabilitación y la expulsión definitiva de la carrera judicial. Era por el caso Gurtel. Había gravado las conversaciones de los acusados con sus abogados, cuando él sabía que sólo se puede hacer en los delitos de terrorismo y narcotráfico.
Tiene otros procesos pendientes. Uno es porque insistió en investigar los crímenes del franquismo cuando él sabe que está prohibido por la Ley de Amnistía. Otro es por el asunto del Banco de Santander, el Querido Emilio”. ¿Hasta dónde llegará su caída?
Habiéndose trasladado posteriormente a Argentina, fue designado por la entonces presidenta Cristina Fernández Kirchner «coordinador en asesoramiento internacional en derechos humanos» con el rango de subsecretario.
Enrique Gómez Gonzalvo, 17/03/2016 (Referencia 1)
