
Los catalanes independentistas dicen que son diferentes porque poseen unos “hechos diferenciales”, pero lo que en realidad quieren decir es que son superiores porque si no fuera así para que desearían tenerlos. Boadella dice que llevan desde el siglo XIX buscando esos hechos diferenciales y a pesar de todos los esfuerzos, no los han encontrado.
Lo peor es que algunos españoles están convencidos de que, efectivamente esos hechos diferenciales existen, por lo que es verdad que los catalanes son superiores. Esto es lo que se deduce de lo que escribió Antonio Garrigues, presidente del mayor despacho de abogados de Europa, el pasado 25 de Julio en el diario ABC:
«Cataluña –es algo que tenemos que aceptar sin reservas– nunca abandonará su aspiración a una soberanía profunda”. Extraño caso en la historia el que no haya alcanzado esa soberanía en los 2.000 años de historia.
«Cataluña tiene que sentir la profunda admiración del resto de España por todo lo que ha hecho –más sin duda que ninguna otra comunidad– en el proceso de desarrollo modernización y enriquecimiento de nuestra vida democrática, económica y cultural». No sé si habla por él o si lo hace en nombre de todos los españoles.
Y, Don Antonio, quizá porque está muy mayor, continúa «Cataluña tiene que sentir además, que respetamos sin reservas –e incluso con cierta envidia– la pasión por su identidad, por su lengua, por su cultura, por su historia y también sus deseos de alcanzar las máximas cotas posibles de autogobierno». En el resto de España también tenemos pasión por nuestra lengua, el español, por nuestra cultura y en cuanto a la historia de Cataluña es la historia de España.
Dice Garrigues que el nacionalismo de estos catalanes es un sentimiento. No Don Antonio. El nacionalismo no es un sentimiento, es una vulgar ideología política, una de tantas. Se basa en considerar que las características étnicas, antropológicas, lingüísticas, culturales, debidas al lugar donde uno ha nacido, tienen prioridad sobre otros valores, como la libertad, la igualdad, la justicia o los derechos individuales. Además, los sentimientos, Don Antonio, dependen de nuestro cerebro emocional, no del cerebro racional y su existencia no supone una justificación de cualquier conducta, incluidas las delictivas. También los nazis y los comunistas experimentaban emociones y sentimientos personales muy intensos como consecuencia de las doctrinas políticas que habían abrazado en su día.
Popper, en La sociedad abierta, afirma que el progreso es dejar atrás la tribu, que todos los nacionalistas tienen la nostalgia de la tribu, que es la nostalgia de la irresponsabilidad, de formar parte de una sociedad donde todas las decisiones las toma el brujo, el cacique, el líder carismático, el jefe, el hombre superior, ante el cual la tribu se somete y se libera de tomar decisiones, se libera de la responsabilidad. La tribu en nuestro día es el nacionalismo, es querer vivir en un mundo donde todos tienen la misma lengua, los mismos dioses, las mismas costumbres, donde los enemigos son los otros, los que son distintos, los que no forman parte de esa sociedad perfectamente uniformada.
Don Antonio no está solo en la defensa de los nacionalismos en España. Le acompaña la Iglesia, que ya en el siglo XIX, cuando comienza a construirse el Estado liberal moderno por temor a que pudiera producirse un fenómeno similar al francés, apoyó las opciones nacionalistas que surgieron en el País Vasco y en Cataluña como contrapeso al liberalismo. Han pasado más de 100 años y los obispos catalanes no han cambiado «Creemos humildemente que conviene que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán para que sea querida y valorada su singularidad nacional, especialmente su lengua propia y su cultura», dijeron los obispos catalanes reunidos en la Conferencia Episcopal Tarraconense.
También le acompaña la izquierda, sin cuya “colaboración” nunca habríamos llegado a la situación actual, que identifica la idea nacional con Franco y piensa que de España solo puede venir el fracaso y el mal, por lo que cree en las clases sociales, en la revolución, en la dictadura del proletariado, en la masonería, en cualquier cosa menos en la nación española. Es por eso que, para excitar el odio, Rita Mestre, la novia o no se qué de Pablo Iglesias, tras los disturbios en Barcelona cuando el Gobierno aplicó el artículo 155 de la Constitución, afirmó que hubo más de mil heridos, cuando la realidad es que fueron dos.
Enrique Gómez Gonzalvo, 11/11/2017 Referencia 282
Nota Antonio Garrigues Walquer, era hermano de Joaquín, el hijo de listo de Don Antonio Garrigues Díaz-Cabañete y que fue ministro durante la Transición con Adolfo Suárez.