España está al borde de la desintegración. Aparte del breve presidente de la Generalidad José Tarradellas, solamente lo previó y anunció Federico Jiménez Losantos en su libro Lo que queda de España que publicó en 1979, a la edad de 28 años.
España es una unidad en lo físico, en lo geológico, en lo político, en lo religioso, en lo cultural y lo ha sido siempre desde hace 2.000 años, siendo su civilización romana y cristiana. No hay prácticamente ningún país en el mundo con una historia tan rica como España, de hechos buenos y malos, pero los buenos son más que los malos. La prueba es que tras 3.000 años de civilización aquí seguimos, caso único en la historia del mundo.
Es uno de los mejores del mundo para vivir. En desarrollo humano, según la Oficina Europea de Estadística, ocupa el puesto número 26. La esperanza de vida es de 81 años en el varón y de 86 en la mujer. Madrid es un paraíso en lo referente a datos tan importantes como salud, bienestar infantil, calidad del aire y del agua de bebida, con zonas verdes, parques urbanos como el Retiro, la Casa de Campo próxima a un bosque mediterráneo como es el monte del Pardo, etc. Tiene el mejor museo de pintura del mundo, El Prado, y muchas cosas más. En pocos lugares se come tan bien y a precios tan razonables. Y, lo más importante, el carácter y la condición acogedora de sus gentes.
Pero muchos españoles tienen miedo que los llamen “fachas” si hablan con entusiasmo de España, de lo nuestro, de nuestra historia, de nuestros grandes hombres y mujeres. También de los descubridores, de los santos, artistas y escritores, de nuestros logros, de la realidad indiscutible que España, de nuestra nación. Hay una sensación general de decaimiento, de desintegración, de pérdida de valores morales, de descomposición y, a nivel individual, una sensación de incertidumbre ante el precario horizonte laboral de millones de personas.
Nadie puede decir que las autonomías han sido un éxito. La exaltación de los elementos diferenciales por encima de los elementos comunes ha sido diabólica, sobre todo la exaltación de las lenguas locales como si el idioma común hubiera sido impuesto por algún ejército invasor.
Si España desaparece como nación o como estado no será por invasión o por conquista de sus enemigos exteriores, pero cuando una nación se quiere suicidar no hay quien la detenga, es una constante en la historia.
Enrique Gómez Gonzalvo, 6-05-2023 (Referencia 330)