Filósofos e intelectuales han habido para todos los gustos. A favor o en contra de la libertad, de derecha o de izquierda, partidarios de la democracia o de la tiranía, simpatizantes de los nacionalismo, del nazismo, del racismo y del terrorismo. Las ideologías, por el odio que han generado, han sido las responsables de la mayor parte de los conflictos que se han generado a lo largo de la historia y, en el siglo XX, de 140-50 millones de muertos.
Los intelectuales no son como los científicos que ante un tema determinado observan, razonan, exponen una teoría, pero no la consideran cierta hasta que no disponen de pruebas irrefutables y, a pesar de ello, siempre estará sujeta a revisión. Si la ideología fracasa los intelectuales dirán que se han cometido errores en su ejecución, pero la idea era buena. Marx incluso hablaba del socialismo científico, que no podía fracasar porque se trataba de una ley de la naturaleza, algo así como la gravitación universal.
Como los fundadores de las religiones, defienden principios que han aceptado sin pruebas y sin demostración. Piensan que van a hacer un bien extraordinario a la humanidad creando un hombre nuevo, pero no en la otra vida como el cristianismo, sino en la tierra. Ideologías como el marxismo, el comunismo, al nacionalismo, el fascismo, el racismo, el islamismo militante, el imperialismo han llegado a provocar asesinatos en masa, guerras totales, limpiezas étnicas, exterminios masivos porque para crear el “hombre nuevo” hay que eliminar al “hombre viejo”.
Las ideologías precisan revolucionarios y, el buen revolucionario, lo que ellos llaman la vanguardia revolucionaria es una persona completamente entregada al partido, ha desaparecido como individuo y se ha convertido en una pieza más. Es un ser fanático, peligroso, dispuesto a morir y matar porque la causa es grande y hay que destruir lo que haga falta para que triunfe la revolución. Su moral es diferente a la moral tradicional. Es bueno todo lo que favorece la revolución, desde los campos de concentración hasta las ejecuciones masivas. El revolucionario se ha de convertir, como dijo Che Guevara, en una fría máquina de matar.
El error es que confunden la desigualdad con la injusticia y esa desigualdad, impuesta por la naturaleza, les produce odio y resentimiento. Se puede y se debe mejorar la sociedad, pero no se puede construir una sociedad perfecta. Es el pecado luciferino, jugar a ser dioses.
Enrique Gómez Gonzalvo, 5-03-2023, Referencia 658