La utopía es un relato literario que describe un mundo futuro ideal siendo consciente el autor de las dificultades o la imposibilidad de llegar a él, pues no oculta que las sociedades utópicas no son de este mundo. Son textos eminentemente literarios, narrativos, ficticios y sobre todo felices, situados en lugares alejados e idílicos.
Charles Fourier describe así la sociedad utópica en su obra La Basilala: “Mil hombres, o el número que se desee, de todos los oficios y profesiones, habitan una tierra suficiente para alimentarlos. Se ponen de acuerdo entre ellos en que todo será común. Todos juntos cultivan las tierras, recogen y almacenan las cosechas y las frutas en un mismo almacén. En el intervalo de estas operaciones, cada uno trabaja en su profesión particular. Hay un número suficiente de obreros, tanto para manipular y preparar los productos de la tierra como para fabricar muebles y utensilios de distinto tipo. Aunque todo sea común, nada se prodiga, porque nadie tiene interés en coger más de lo necesario cuando está seguro de encontrarlo siempre porque ¿qué haría con lo superfluo en un lugar donde nada falta?”
Aunque el término utopía fue inventado por Tomas Moro, mucho antes que él la utopía ya existía en los mitos griegos de Homero, en La República de Platón, en San Agustín, etc. El dominico Campanella, el abate de Saint-Pierre y otros muchos clérigos, filósofos, intelectuales o “iluminados” también habían desarrollado su “proyecto” para construir el paraíso en la tierra.
El anhelo de mundos perfectos y felices ha acompañado a los hombres desde tiempos inmemoriales y la convicción de que los primeros hombres fueron más dichosos que el resto de la humanidad ya existía en las culturas griega y romana.
Todos los relatos solían tener en común la abolición del derecho de propiedad, el desprecio por la riqueza, la consideración del dinero como inmoral y origen de desigualdades e injusticias. Eran los “enemigos del comercio” que diría Escohotado. El funcionamiento de la sociedad sería tan exacto como un reloj, la democracia perfecta y, una vez establecida, no tendría que producirse ningún cambio.
El legislador, encargado de establecer unas leyes buenas y justas sería una figura casi divina. Las leyes eran perdurables y, al actuar sobre un pueblo nuevo, haría hombres nuevos. Nada se dejaría sin legislar, sin controlar. Semejante máquina sólo podría funcionar mediante una estrecha vigilancia, por un férreo control.
La familia, como institución, habría desaparecido y el matrimonio, donde existiera estaría totalmente reglamentado (como todo lo demás). La propiedad no tendría lugar, serían los almacenes generales del Estado los que suministraran las necesidades de los ciudadanos. Todos los habitantes estarían ocupados, todos tendrían su función y cualquier tipo de inacción estaría condenada. La riqueza individual no tendría cabida en la utopía.
La educación estaría a cargo del Estado, que la regularía con normas estrictas y establecería el modelo educativo, pero todos los ciudadanos serían bien formados desde la infancia.
Todo estará controlado y todo irá contra la libertad y lo derechos individuales. En todas sociedades utópicas se podrá llegar a aplastar al individuo si lo exige el bien común y terminarán diciendo “Tu no eres nada, tu pueblo lo es todo”, “el bien común por encima del bien propio”. Lo dijo Hitler, pero lo dirán todos que quieran diseñar un proyecto utópico.
Enrique Gómez Gonzalvo 28-09-2019 Referencia 288
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