La Revolución de Asturias fue un golpe de Estado preparado por los socialistas, los comunistas libertarios y los comunistas marxistas en octubre de 1934. Allí se estableció la primera comuna de Europa después de la de París de 1870 y España estuvo a punto de ser comunista.
Treinta mil hombres armados, muchos más que en la Revolución bolchevique de Lenin, se alzaron contra el gobierno legítimo de la República. El combate duró 15 días y terminó con 1.400 muertos, entre los que figuraban 33 sacerdotes o miembros de órdenes religiosas. Cuando las tropas de la República estaban a punto de liberar la capital asturiana y de echarlos, dinamitaron la cámara santa de la catedral de Oviedo. La revolución se acompañó de un golpe de Estado en Cataluña proclamando la República.
El Gobierno reaccionó ante procesos proclamando el estado de guerra en todo el territorio nacional durante 3 meses. En Cataluña no hizo falta disparar un solo tiro, se acercó el ejército a la Generalidad y, en una noche de pánico, salieron huyendo los golpistas hacia Francia y muchos fueron a refugiarse a la Italia de Mussolini.
En las siguientes elecciones de febrero de 1936, la base de la campaña electoral de los comunistas fue “la represión” del Gobierno en Asturias y, en los partidos de la derecha, “la apuesta por el diálogo”. Lo más importante para el Gobierno del Frente Popular era la salida de la cárcel de los golpistas.
Pocos meses después, aquella izquierda bolchevizada y aquella derecha “dialogante”, nos llevaron a la guerra civil. En los cinco meses de gobierno del Frente Popular se habían producido 320 asesinatos políticos. El último fue el jefe de la oposición Leopoldo Calvo Sotelo.
Los reyes ya habían huido cobardemente en el 31. Alfonso XIII en un estado depresivo y la reina María Cristina, también presa de pánico porque los bolcheviques en Rusia habían matado a sus primos el zar, la zarina, al servicio, a todos los príncipes rusos, a la criada, a la nursia (enfermera) y hasta el perro.
Salvador de Madariaga, el ministro de Instrucción Pública estando en el exilio afirmó que “con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936.
Indalecio Prieto en 1944, exiliado en México, pidió perdón con estas palabras: «Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera de mi participación en el movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado; no como gloria»
Enrique Gómez Gonzalvo, 15-11-2022 Referencia 274