Ante crímenes brutales y situaciones de especial violencia tendemos a creer que el sujeto que los ha provocado sufre un trastorno mental, sin embargo lo más frecuente es que esos delitos hayan sido producidos por seres “normales”, pero que son malos. Como dice Julia Kristeva, pensadora francesa de origen búlgaro, la posmodernidad se ha olvidado que la maldad existe.
La violencia y la enfermedad mental pocas veces coinciden. En la mayoría de las veces el que mata o el que comete un delito lo hace porque quiere matar o cometer ese delito y la falta de responsabilidad no es enfermedad mental. Pero, a veces en algunas enfermedades mentales puede existir el peligro de cometer, en contra de su voluntad, actos en contra de la ley existiendo la duda de la responsabilidad.
La genética influye mucho sobre la libertad y sobre la toma de decisiones, pero ello no quiere decir que todo sea determinismo y que no seamos libres. La libertad tiene grados, somos más o menos libres, más o menos capaces de decidir, como ocurre con todas funciones nerviosas.
Los trastornos mentales, en si mismos, no anulan la responsabilidad y el aumento de la impulsividad tampoco exime de la culpa. Es preciso que en el momento del delito exista un fenómeno psicopatológico que elimine la capacidad para saber lo que está bien y lo que está mal o que elimine el control del sujeto sobre si mismo. En resumen, que se haya perdido el contacto con la realidad. Esto puede ocurrir en las psicopatías delirantes, pero en pleno delirio, pues entonces es éste el que manda sobre el individuo. También en el trastorno maniaco depresivo, en plena crisis maniaca, el enfermo tiene muy poca libertad.
Los trastornos de personalidad que más problemas plantean a la justicia son los psicópatas y el llamado trastorno límite de personalidad. Los primeros son esas personas a las que les falta empatía para comprender el dolor físico ajeno y les sobra para apreciar los sentimientos de los demás, lo que les sirve para manipularlos en su beneficio, y como no tienen sentido de culpa no tienen moral pero saben lo que hace. En cuanto a los segundos tampoco hay anulación de la voluntad por lo que el juez, en muchos casos, ni siquiera lo considerará un atenuante.
Sobre la violación, no es un acto sexual, es un acto de de poder. Hay casos de personas que no producen daño físico pero poseen un impulso sexual desmedido que puede atenuarse con tratamientos farmacológicos con inyecciones de acción prolongada. En algún caso de híper sexualidad, el juez puede autorizar la castración química. La mujer, no obstante, se debe cuidar porque el hombre no es biológicamente igual a ella. Pasear sola y borracha como pretende la ministra de Igualdad es estúpido y peligroso.
En cuanto a los drogadictos, es muy difícil justificar delitos graves en base a la necesidad de adquirir droga, pero si es totalmente dependiente de la droga su grado de libertad será muy pequeño.
Enrique Gómez Gonzalvo, 22-10-2022, Referencia 611