A lo largo de la historia las religiones, no como creencia o como pensamiento trascendente sino como hecho social, han sido fundamentales porque aportaban la cohesión que todo grupo social necesita para la convivencia pacífica. Si esto ha ocurrido en todos los países, España sin la religión católica no existiría y el catolicismo no sería como es sin España.
La Iglesia católica, desde que asumió la herencia del imperio romano, admitió el principio del libre albedrío y la separación del derecho civil del derecho canónico. Esta distinción del poder religioso del poder civil, tan importante para la libertad, se reforzó tras la querella de las Investiduras (intervención del emperador del Sacro Imperio Romano en el nombramiento de los papas). El resultado es que la democracia solo existe en las sociedades que son de cultura cristiana, que han dicho siempre dad al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios, pero dios no es el césar y el césar no es dios.
Tan anclada está la idea religiosa en nuestra tradición que los ateneístas madrileños votaron en tiempos republicanos la existencia o inexistencia de Dios. Y hubo actos tan ridículos como el protagonizado por el camarada soviético Lunacharsky que juzgó a dios por crímenes contra la humanidad y, encontrándolo culpable, lo fusiló acto seguido mediante una ráfaga de ametralladora dirigida contra el cielo.
Contradictoriamente el pensamiento no religioso en España ha solido ser anticatólico, de forma que los católicos que se hacen ateos abominan de su tradición religiosa y del catolicismo, lo que no ocurre en el mundo protestante.
En la época actual, en España y también en Europa, se están sustituyendo los valores cristianos por los principios del relativismo. Es la filosofía que consiste fundamentalmente en creer que no hay principios universales compartidos por todas las culturas, que todas las opiniones morales o éticas sobre lo bueno o lo malo son igualmente válidas y ninguna de ellas es mejor que otra, que lo correcto o incorrecto depende del juicio de cada uno.
Es la vuelta a la teoría del buen salvaje de Juan Jacobo Rousseau, que afirma que la responsable de todos los delitos es la sociedad, no el individuo, de lo que se derivaría el odio a la sociedad, a la familia, a la religión, al Estado.
Si no hay una verdad absoluta válida para todos los seres humanos, si todo vale, si todo es relativo, si el fin justifica los medios, todas las culturas y civilizaciones serán respetables. La conclusión es que no se pueden condenar los sacrificios humanos de los aztecas ni el holocausto de los nazis ni los crímenes de los comunistas por eliminar a todos que no aceptaron su revolución.
Enrique Gómez Gonzalvo, 13-10-2022, Referencia 608