Los antropólogos dicen que la felicidad no existe, que solamente hay momentos felices porque no hemos sido programados para ser felices. El mismo Freud, al final de su vida se desengañó de la posibilidad de alcanzarla, sin embargo, su búsqueda es una constante en nuestra vida, pues la insatisfacción está en nuestra propia naturaleza.
Es difícil definir la felicidad porque se trata de una emoción y, como tal, tiene un carácter subjetivo y a veces se confunda con el malestar. Fundamentalmente consiste en estar contento consigo mismo.
La felicidad depende en el 60 % de nuestra personalidad, de ese conjunto de rasgos y cualidades que nos hace únicos e irrepetibles y que por tener un carácter genético poco podemos hacer para modificarla salvo la búsqueda de una mayor adaptación al entorno social.
No se pueden sentir felices los que siempre están de mal humor, tristes, enfadados con todo el mundo, que se quejan de todo, pues en el fondo no se aceptan a sí mismos. Son los que tienen baja autoestima, los que les gustaría ser diferentes, los que tienen sensación de poca valía personal, los pusilánimes que piden perdón por existir. También los que tienen baja tolerancia a las frustraciones y con accesos de ira si algo les sale mal. Los resentidos, los rencorosos, los que no conocen ni el perdón ni la generosidad.
Entre los factores externos, el dinero, no necesariamente una mayor calidad de vida se traduce en mayor felicidad, pero si que tiene alguna importancia si se acompaña de éxito en la profesión pues con ello aumenta la satisfacción personal y la autoestima. También estar felizmente casado, las relaciones sociales y el número de amigos. El aspecto físico influye más en el sexo femenino, con una connotación casi siempre negativa.
Si es poco lo que podemos hacer por nosotros mismos sí podemos influir en la felicidad de nuestros hijos porque su personalidad y sobre todo su autoestima dependerán en gran parte de su infancia, hasta los 12 años. Crecer en el seno de una familia feliz, sentirse querido y apoyado por sus padres, especialmente a partir de los 5-6 años cuando empiezan a darse cuenta de cómo les ven sus mayores es fundamental. En cambio, la violencia doméstica, el maltrato emocional y el abandono de los progenitores, normalmente por la separación de los padres, son factores devastadores.
Enrique Gómez Gonzalvo, 9-10-2022, Referencia 50