En nuestro planeta se calcula que existen actualmente 6.909 lenguas. Es una cifra muy pequeña en relación a las 10 ó 12.000 que había hace unos diez mil años cuando la población no superaba los diez millones de habitantes. Se estima que durante los próximos 100 años van a desaparecer al menos la mitad de las lenguas actuales.
La razón de existir de una lengua es hacer posible la comunicación. Las lenguas, no confundir con el lenguaje que es la capacidad del ser humano para expresar su pensamiento por medio de la palabra, no influye en la forma de pensar ni en la ideología y así hay vasco hablantes y castellano hablantes demócratas y totalitarios. Tener una lengua u otra no determina las preferencias políticas ni sexuales ni gastronómicas.
Una lengua en sí misma no tiene ningún valor intrínseco, no es un valor cultural. En África se hablan unas dos mil lenguas. Para los que consideran que todo idioma es cultura, esta diversidad “cultural” debería representar una enorme ventaja y en cambio es el continente más pobre cultural y económicamente.
La multitud de lenguas produce aislamiento, dificulta las relaciones culturales y pone trabas al comercio y a la globalización. Pensemos en la España pre romana o en la América precolombina.
En los países pequeños con idioma propio, éste representa una dificultad para las relaciones internacionales. Por eso, muchos de ellos como Dinamarca, Suecia o Noruega, realizan la enseñanza en inglés.
En los países que disponen de dos lenguas, la minoritaria terminará por desaparecer porque no representa ninguna ventaja. Imaginemos que en Soria se hubiera mantenido una lengua celtíbera. ¿Iban a ser por eso los sorianos más ricos, más guapos y más felices? ¿Tendrían un mayor “patrimonio cultural”? ¿Una manera mejor de pensar o de sentir? Lo que tendrían sería un grave problema.
La mayoría de las lenguas se mueren, no porque hayan sido prohibidas sino porque sus hablantes nativos anhelan una vida mejor y renuncian a su lengua minoritaria porque es menos útil que la mayoritaria. No es cuestión de desprecio sino de economía mental, a no ser que la persona en cuestión sea nacionalista y necesite apuntalar sus mitos identitarios.
Toda persona, en aras de su libertad, debe expresarse en la lengua que desee. Todas merecen el mismo respeto. Las lenguas, como los territorios no tienen derechos. Estos son de los ciudadanos, de todos y de cada uno de ellos.
La mejor lengua para cada uno es la materna, la que le hablaba su madre mientras lo amamantaba. Ninguna lengua debe ser protegida ni perseguida. Las minoritarias, aunque estén condenadas a desaparecer y eso sea algo positivo, ya que suponer eliminar estorbos para la comunicación humana, no hay que acelerar su muerte, pero que nadie espere que los demás les sufraguemos sus caprichos.
Boadella, el gran dramaturgo catalán que se tuvo que exiliar a Madrid, afirmó que los catalanes hubieran sido más felices a lo largo de la historia si el idioma catalán no hubiera existido. La misma idea la expresó Jordi Pujol cuando afirmó que “el catalán no sirve para nada, salvo para ser catalán”
Cuando una alta magistratura del Estado va a Cataluña, a Galicia o a algún pueblecito de Huesca, no tiene por qué expresarse en catalán, gallego o en la fabla aragonesa sino en español, que precisamente se llama así porque es la única que se habla en toda España y no solamente en Castilla.
Y todo clérigo, como el Sr. Soler, abad de Montserrat, si cree en Dios debe celebrar la misa en la lengua mayoritaria para que no haya ni un solo feligrés que no pueda seguir la ceremonia religiosa por desconocimiento del idioma.
Enrique Gómez Gonzalvo, 2-10, 2022, Referencia 95