LA CREDULIDAD DEL SER HUMANO

                           

La creencia en seres sobrenaturales, incluidos dioses y fantasmas, ángeles y demonios, almas y espíritus se encuentra en todos los pueblos y culturas a lo largo de la historia. Estas creencias van unidas a que alguna parte de nuestra mente o espíritu vivirá después de nosotros por ello es frecuente que los familiares de un difunto, con la pretensión de comunicarse con él, le digan   “donde quiera que estés”…

Un multimillonario americano  Jame Render llegó a ofrecer un premio de un millón dólares a cualquier persona que pudiera demostrar científicamente un hecho  paranormal. Naturalmente, tras miles de audiencias falleció con el millón. Nadie previó el atentado contra las torres gemelas, ni que en el día de hoy habría dos papas en el Vaticano, etc.

La realidad es que  no importamos nada en el universo, que seguirá exactamente igual tras la desaparición de cualquiera de nosotros y que nadie  ha intentado nunca ponerse en contacto con los seres humanos. Pero seguimos pensando  que todo lo que existe y sucede lo ha causado alguien. Lo que no conocemos, lo consideramos una amenaza y buscamos  su agente causal.

La razón de esta enorme credulidad es que tenemos la necesidad de acudir a procesos tranquilizadores ante nuestro incierto futuro y esa credulidad irracional nos  calma la angustia de una existencia sin sentido de la que solo conocemos la certeza de la muerte.

  Para  conocer nuestro futuro acudimos a toda clase de artilugios irracionales: las cartas, las líneas de las manos, las vísceras de animales, etc. Y seguimos con toda clase de predicciones que, normalmente, no se cumplen.

En los años 60 desde el club de Roma se decía que el Planeta no podría soportar más de 1.000 millones de personas y estamos en 7.500 y subiendo.

En 1969  el influyente científico Paul R. Ehrilich declaró al New York Times que «debemos ser conscientes de que, salvo que tengamos mucha suerte, todos desapareceremos en una nube de vapor azul de aquí a veinte años».

En 1970 George Ward, premio Nobel de Medicina,  declaró que «la civilización desaparecerá en quince o veinte años si no se toman medidas inmediatas contra los problemas que la amenazan».

 En los 80 se decía que las reservas fósiles no podrían durar más de 5 años y cada vez hay más reservas.

En el 2004 el Pentágono  predijo a George Bush: para 2007, las tormentas marinas harán tan inhabitables los Países Bajos que La Haya tendrá que ser abandonada; y, la más divertida, masas de inmigrantes escandinavos buscarán refugio en países más cálidos.

Ni que decir tiene que  de las profecías anteriores no se ha cumplido ni una. Pero cientos de millones de personas en todo el mundo se las han creído, del mismo modo que seguirán creyéndose las que seguirán anunciándoles los Gores y las Gretas del futuro.

      Enrique Gómez Gonzalvo 24-07-2022  (Referencia 579)


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