El mito de la Revolución mundial es la esperanza que el mundo un día dejará atrás la miseria, la pobreza, la opresión y avanzará en términos de riqueza y bienestar. Habrá un sistema político absolutamente justo, absolutamente libre y absolutamente perfecto.
Se trata de la versión laica del retorno triunfal de Cristo Jesús en el Día del Juicio Final que esperaban los primeros cristianos, que supondrá su redención colectiva y, además, será inminente.
La revolución mundial tendrá un origen proletario, se producirá cuando el pueblo, “cansado de tantos abusos”, se alce en armas, destruya la cárcel como símbolo de la opresión y todo será posible cuando el pueblo se quede con el poder. Hay algo romántico en esta idea en la que todo es muy bonito y… muy falso.
Las revoluciones no son producidas por masas hambrientas a las órdenes de un líder, ni por las clases sociales, burgueses contra aristocracia en la Revolución francesa o proletarios contra burgueses en la Revolución bolchevique. Las clases sociales no son actores políticos, no son organizaciones políticas con una organización, un liderazgo y un objetivo político. Las revoluciones son provocadas por grupos políticos organizados que toman el poder de forma ilegal y violenta, son golpes de Estado.
A veces se asocian con derrotas bélicas o con guerras que no pudieron afrontar, como ocurrió con la Revolución bolchevique. Y, con frecuencia, lo que se trata de imponer será mucho más totalitario que lo que se derribó. Es lo que que ocurrió con la Revolución rusa a pesar que los zares, propietarios de toda Rusia y de todos sus súbditos, era el sistema más despótico de Europa.
Tampoco la Revolución bolchevique fue una revolución proletaria pero se vendió como tal y esta imagen se mantuvo en la intelectualidad progresista hasta muy tarde pues nadie se declaraba anticomunista por nada del mundo. Sartre defendió a Stalin hasta mediados de los 60 a pesar de las barbaridades que cometió.
El mito de la revolución proletaria se acompaña del mito del progreso que se basa en la idea que el ser humano puede conseguir lo que quiera, que todo es posible mediante la ciencia y la tecnología, hasta se puede llegar a la inmortalidad.
Las consecuencias de casi todas revoluciones, sin tener en cuenta los antecedentes, las causas y las ideologías, han sido negativas. El intento de transformación radical, rápida y relativamente violenta que se preveía nunca se produce, salvo en el caso de la Revolución rusa, y el cambió fue a peor.
La ilusión de la revolución armada hoy se ha desvanecido.
Enrique Gómez Gonzalvo Terminado 2-07-2022 Referencia 572