Juzgar, aprobar o condenar la historia de un país no tiene sentido, salvo en el caso de España, para enfrentarla a la interpretación que hace la Leyenda Negra que todavía ejerce gran influencia en Europa y, lo que es peor, en nuestro propio país.
Siguen pensando que el pasado de España ha sido siniestro, una mezcla de crueldad, fanatismo, violencia e ignorancia, no habiendo aportado al mundo nada más que dolor. Los grandes episodios que jalonan nuestra historia han sido una calamidad. La Reconquista, una muestra de fanatismo religioso frente al avanzado y tolerante islam; la conquista de América, un expolio y genocidio de los bondadosos indígenas; las guerras de la Reforma, de la Contrarreforma y las de Flandes, la manifestación de la extrema intolerancia de un pueblo fanatizado y salvaje.
La realidad es muy diferente. La aportación de España a la cultura occidental ha sido inmensa. Unos ejemplos:
España ha sido el único país europeo que, habiendo sido dominado por los musulmanes, fue reconquistado para el cristianismo y si Europa sigue siendo cristiana y su civilización es la occidental se debe en gran parte a la defensa de Viena por Carlos I frente al acoso otomano.
Francisco de Vitoria, el fundador de la Escuela de Salamanca en el siglo XVI, estableció las bases del Derecho internacional y fue el precursor de la idea de la Organización de la Naciones Unidas.
Los mismos padres jesuitas de la Escuela de Salamanca propugnaron el sometimiento del poder político a unos principios morales, antecedente de los Derechos del hombre de la Revolución Francesa. Igualmente, con sus principios liberales, fueron los precursores de la ciencia económica contemporánea anticipándose en 200 años a Adam Smith. También defendieron la división de poderes de Montesquieu frente a los protestantes partidarios del absolutismo.
Trescientos años antes de la abolición de la esclavitud durante la Revolución francesa, la controversia en Valladolid entre Sepúlveda y el padre Las Casas ante Carlos I llegó a la conclusión que, puesto que los indígenas americanos tenían alma, eran sujeto de derechos.
En el concilio de Trento, los teólogos españoles defendieron el libre albedrío, fundamento del ser humano, frente a la doctrina de la predestinación protestante.
En la colonización de América aportamos una religión que eliminó los sacrificios humanos, unió los pueblos desde Río Grande hasta la Patagonia, lo que produjo un largo período de paz hasta la independencia en la que se reanudaron las guerras.
En 1803 fuimos capaces de acometer la primera expedición sanitaria internacional que registra la historia para combatir la viruela en América.
En 1808, coincidiendo con los peores reyes de nuestra historia, el pueblo español fue capaz de derrotar y expulsar a Napoleón, el gran déspota de Europa, mientras se redactaba la Constitución de 1812, la tercera del mundo. Todo se hizo sin guillotinar a nadie como habían hecho los franceses pocos años antes.
Enrique Gómez Gonzalvo, 24-06-2022, Referencia 192