LA GRANDEUR DE LA FRANCE

                            

Cada uno se imagina la historia de su país como quiere. Para los franceses,  su país está lleno de gloria, pero para que les cuadre esa idea necesitan empequeñecer a los demás. No importa que su rey,  Francisco I, cuando Francia tenía unos 17 millones de habitantes,  el triple que España, estuviera preso en el palacio  de los Lujanes de Madrid y cuando lo liberó su primo Carlos I, volviera a guerrear contra él.  Tampoco les  importa que París haya sido  la capital europea  que ha asistido a más desfiles de ejércitos extranjeros a lo largo de su historia moderna. Invadida dos veces por los alemanes en el siglo XX, tuvieron que llamar a los americanos para que los echaran.

  Atravesaron    una vez  nuestra frontera con Napoleón  confiando en “la grandeur de la France” y 4 años después la volvieron  a pasar, pero en sentido contrario habiéndose dejado en España la guillotina,  las águilas imperiales y,  también,  un país en ruinas.

La libertad de Francia, la libertad de la Ilustración francesa, la libertad que triunfó con los fanáticos jacobinos es la libertad del absolutismo, no es la libertad expuesta  100 años antes por  el inglés John Locke (1632-1679). Es la libertad de aquellos revolucionarios franceses que intentaron cumplir el deseo de Rousseau y Diderot, es la libertad que mana de la cabeza de un dictador.

 En Francia    se produjo  el primer genocidio moderno en la Vendée y el intento de  extirpar el Cristianismo y sustituirlo por una religión civil al servicio del Estado, que fue una charlotada.

El fracaso de la Revolución  fue de tal magnitud que terminó   en una dictadura militar y tendría que pasar más de un siglo para que se restableciera el régimen republicano liberal.

Napoleón, tras la derrota de Waterloo, al volver de la isla de Elba, en el famoso Imperio de los 100 días recompuso su ejército.  El resto de Europa formó una alianza siendo las fuerzas principales, la británica con Wellington a la cabeza y la prusiana-alemana con 100.000 soldados cada uno. Napoleón les atacó sin darles tiempo para reorganizarse, pero acudieron los prusianos y, como se dice en España “vinieron los sarracenos y nos molieron a palos que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos” y así terminó su Imperio.

En el Tratado de Versalles, los vencedores  pusieron al rey en el trono y Napoleón, tras convertir Europa en un cementerio mucho antes que Hitler, fue confinado a la isla de Santa Elena don murió, al parecer, asesinado.

La masonería francesa ha sido  responsable de la ruptura  de Francia con el Vaticano a principios del XIX, de la descristianización de Europa y de que no se hiciera mención en el preámbulo de la Constitución Europea de la importancia de la Cristianismo en la  génesis de lo que se ha venido en llamar Civilización Occidental. No fue hasta el presidente Sarkozy  quien cambió esta situación y volvió a declarar a Francia hija de la iglesia.

 Francia ganó la Segunda Guerra Mundial porque  la mitad  apoyó al nazismo y la otra mitad a Estados Unidos, de forma que apoyaron  al demonio y a Dios, al que perdió  y al que ganó. 

 Se opuso con vehemencia a la guerra de Irak acusando a los norteamericanos de ejercer, con la servil ayuda británica, una suerte de imperialismo intolerable al que los franceses, amantes como nadie de la libertad, se opondrían con todas sus fuerzas. La misión en Irak no habría sido nunca el estrepitoso fracaso que finalmente fue sin   la deserción de Chirac.   

En Francia está el único partido auténtico de extrema derecha que hay en Europa, el Frente Nacional, en sus orígenes  antisemita y financiado por Irán, con una querencia estatalista brutal, con altísimos impuestos y con un  socialismo   radical. 

Pero Francia no decae porque tras cada descalabro aparece una legión de intelectuales que le explica al mundo entero que lo que ha pasado ha sido para bien. En España, en cambio, después de cada desastre esa legión de intelectuales nos explica que todo viene del pasado, de los Augsburgo, de la República y, ahora, del franquismo.

 Los francesas se han consolado ahora que se ha conocido  que Napoleón no era de baja estatura, que eso es mentira, que era una leyenda inglesa, que su estatura solo era un poco inferior a la media.

Si para nosotros la pérdida del Imperio fue una tragedia, para ellos el  descalabro de Francia tras Napoleón nunca se vio como un fracaso sino como la expansión de los ideales de la Revolución.

En España, aparte de la ruina económica, nos dejó 250.000 muertos.

       Enrique Gómez Gonzalvo,  7-06-2022, Referencia 573


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