
Religiones han existido miles a lo largo de la historia. No ha habido pueblo sociedad o comunidad que no haya querido dar una explicación a los fenómenos de la naturaleza, a la génesis del universo y al destino de nuestras vidas. Todas ellas trataban de calmar la ansiedad ante nuestro incierto futuro después de la muerte.
Tras el humanismo renacentista, con el racionalismo de Descartes del siglo XVII y, pretendiendo terminar con el oscurantismo de la Edad Media, se inició un alejamiento del hecho religioso.
En el siglo XVIII los nuevos filósofos de la Ilustración fueron sustituyendo a los sacerdotes y, la razón y la ciencia, a las religiones. El espacio que dejaron vacío fue cubierto con nuevas ideologías.
A finales del XVIII la Revolución Francesa no se contentó con abolir los derechos injustos, lo que quedaba del régimen feudal, la propiedad señorial y los títulos de nobleza. Trataron de cambiarlo todo, de replantearlo todo, de cuestionar la existencia de Dios y el sentido mismo de la vida. Pretendieron crear un mundo nuevo, una sociedad diferente, llegar a un punto de no retorno y quemar las naves. Cambiaron hasta los nombres de los meses para que quedara clara la división entre el antes y el después.
Una vez puesta en marcha, la Revolución resultó imparable. Los aplastó a todos, al marqués de la Fayette, a Dentón, a Marat, a Robespierre, etc.
Además de ser un fracaso, según el filósofo Jesús J. Maestro, la Revolución francesa ha sido uno de los episodios más lamentables y penosos de la historia contemporánea. Desembocó en la dictadura de Napoleón cuyas guerras ensangrentaron Europa y terminó en la restauración borbónica volviéndose a la situación anterior.
Lo que no fracasó fue la revolución encubierta que se produjo a la vez que la llamada guerra de Independencia americana, de 1775 a 1783. No se trataba simplemente de dejar de ser súbditos del rey inglés, de no tener ningún rey, sino de fundar una república, de regirse por una Constitución escrita que tuviera que ser seguida por todos y que tratara a todos por igual. Se inspiró en los dos principios liberales de Locke. El primero consistía en respetar los derechos de los ciudadanos frente a la autoridad del Estado. Y el segundo en que no vale la razón de Estado para avasallar los derechos de los individuos. Los países que siguieron su proyecto contribuyeron a hacer sus naciones más pacíficas, más prósperas y más libres.
En el siglo XX aparecieron diversas ideologías el marxismo, el fascismo, el nazismo, pero tampoco superaron al capitalismo y a la democracia liberal.
Enrique Gómez Gonzalvo, 19-04-2022, Referencia 23