
La revolución soviética no fue un movimiento de masas, no fue un motín que se produjera por la extrema pobreza de los obreros y campesinos, para la toma del poder por la clase trabajadora. El pueblo ruso no era ni atrasado ni hambriento. La renta per cápita, muy inferior a las de Inglaterra, Francia y Alemania, pero parecida a la de Austria.
La economía rusa había experimentado en los 15 primeros años del siglo XX un crecimiento indiscutible, incluso superior al de cualquier otro país europeo. El crecimiento del sector industrial entre 1870 y 1914 había sido del 8,8 % anual.
Fue la Primera Guerra Mundial, con el hundimiento de la moral y la indisciplina del ejército que inmovilizó a los casi 150.000 soldados de guarnición de Petrógrado, lo que interrumpió la evolución a la modernidad. De no haber sido por ella, el zar no hubiera caído.
Lo que se ha llamado “revolución” fue en realidad un golpe de Estado, dado por un partido minoritario el partido bolchevique, en una situación de vacío de poder y descomposición del sistema político.
En esta situación el comité ejecutivo del partido bolchevique, integrado por doce miembros, mandó a un grupo de pistoleros que ocupara el Palacio de Invierno. Kerensky, Presidente del Gobierno huyó al primer disparo y la Guardia roja, así se llamaba el ejército del partido bolchevique, ocupó sin apenas encontrar resistencia los puntos claves de la capital: estaciones, puentes, teléfonos, depósitos de carbón, bancos y edificios oficiales.
El programa de los bolcheviques se redujo a prometer paz, pan, tierra y libertad. Negociaron con Alemania la retirada unilateral rusa de la guerra, firmando un tratado el 3 de marzo de 1918, duro y humillante –y magnífico para los alemanes– por el que Rusia renunció a casi la cuarta parte de su territorio, de su población y de su producción industrial y agrícola.
Inmediatamente crearon la policía política, la cheka, que desencadenó el terror rojo, nombre usado por el propio Lenin. El ejército rojo inició la guerra civil de 1918-20 para eliminar a los enemigos contrarrevolucionarios, transformar el estado en un régimen dictatorial de partido único e instituir la dictadura del proletariado.
En 1919 el partido bolchevique cambió su nombre por el de Partido comunista, que se atribuyó la representación de la clase obrera y empezaron a funcionar los campos de concentración que se mantuvieron durante casi 75 años.
Como el terror de la Revolución francesa de 1789, el terror rojo de 1918 fue una tragedia y, como el anterior, una tragedia inútil.
Enrique Gómez Gonzalvo 6-03-2022 Referencia 522