
La singularidad humana, a la que algunos llaman “la transcendencia”, es el conjunto de actividades que puede realizar el hombre que no sirven para la supervivencia, por lo que se podrían llamar funciones de lujo, pero dan sentido a nuestra existencia.
Incluye fundamentalmente la ética, la estética, la espiritualidad religiosa y no religiosa como la pasión amorosa, la palabra, el símbolo, la belleza de una puesta de sol, etc.
A través de la ética los humanos proponen una utopía, una sociedad justa, igualitaria, pacífica, que sabemos no va a realizarse.
La estética, es lo bello, la música, la pintura, las artes plásticas, la poesía y todo lo que nos da esa riqueza interior.
Las religiones añaden a la espiritualidad la presencia de una figura, la figura de dios. Recientemente ha habido un resurgimiento de lo espiritual no religioso y una crisis de lo religioso.
Aunque hay una singularidad que es exclusivamente humana, en muchos animales vemos comportamientos que evocan actividades mentales como si hubiese cierta continuidad entre la mente de los animales y la del hombre.
El camino evolutivo, hasta alcanzar esa singularidad, ha sido muy largo y es que el ser humano es muy raro. Nace sin hacer y nunca está hecho del todo. En el curso de su vida aparecen nuevas neuronas que, si se ejercitan se consolidan, de lo contrario desaparecen. La mielina que envuelve las fibras nerviosas facilita las conexiones de las células. De paso les recuerdo que, para conservar bien esta mielina, los neurólogos insisten en que son buenas las mismas medidas que recomiendan los cardiólogos a sus pacientes (caminar una hora al día, controlar el colesterol, etc.)
Uno de los cerebros más primitivos en el origen de la evolución fue el del nematodo célegas, que con sus 302 neuronas, se encargaba exclusivamente de la supervivencia. Más tarde, se desarrolló el cerebro reptiliano, responsable de los instintos primarios para la supervivencia (alimentación, sexualidad, defensa del territorio, etc.) y no poseía sentimientos. Es por eso que, por mucho que acariciemos una víbora no obtendremos respuesta.
Hace 60 millones de años se formó el cerebro de los mamíferos, que alcanzó la fase evolutiva de las emociones radicadas en el sistema límbico. Por eso en algunos mamíferos descubrimos actitudes de fidelidad, de vida emocional, por lo que algunos de ellos pueden ser animales de compañía.
Finalmente cuando llegamos a tener los cien mil millones de neuronas, casi tantas como estrellas en nuestra galaxia, aparecieron las estructuras que son el sustrato anatómico de la singularidad humana y se localizaron en la corteza cerebral. Pero esas funciones tienen que desarrollarse fuera del claustro materno.
El recién nacido solo sabe llorar para solicitar alimento, identificar la leche de la madre con su olfato y, casi sin ayuda, acercarse al pezón y empezar a mamar.
Enrique Gómez Gonzalvo 24/12/2021 Referencia 489
¡Felices Navidades a mis lectores!