
Para Marx la historia del hombre es la lucha de clases y la última de ellas iba a ser la clase obrera contra la burguesía. La primera aplastaría a la segunda y traería la desaparición de las clases sociales y el advenimiento del comunismo.
Tras el Manifiesto comunista y la revolución industrial, los obreros en los países capitalistas empezaron a experimentar condiciones de vida cada vez mejores. Ya no eran “la famélica legión” que no tenía nada que perder salvo las cadenas de las que hablaba La Internacional socialista. Ahora si podían perder la casa, el automóvil, el frigorífico, el televisor y estaban más preocupados por cambiar el automóvil que por cambiar el mundo.
El nuevo marxismo no podía hablar de revoluciones armadas sino de revoluciones graduales. No podía insistir en la lucha de clases y en la expropiación de los medios de producción, pues hubiera sido demasiado burdo y poco efectivo.
El objetivo del comunismo consistiría en debilitar las sociedades democráticas, destruyendo los referentes religiosos, morales y nacionales de Occidente mediante su infiltración en los medios de comunicación, en el sector educativo y entre los intelectuales y artistas.
Para ellos, la sexualidad, la psiquiatría, la religión, la justicia y la enseñanza habían sido siempre en el mundo «estructuras de poder» erigidas para reprimir y domesticar a los ciudadanos. Eran formas muy sutiles pero muy eficaces de sometimiento para garantizar la perpetuación de los privilegios y el control del poder de los grupos sociales dominantes.
Para erosionar la democracia parlamentaria y la libertad de mercado había que insistir en la ideología de género, en el movimiento LGTB, en el cambio climático, en el ecologismo y en el multiculturalismo. Junto a ello había que difundir los sentimientos pacifistas, estimular la liberación sexual y difundir modas orientalistas.
Había que convencer que la democracia liberal o burguesa no es una democracia real, sino una democracia formal que solo defiende los intereses de la burguesía. Insistir en que la propiedad es mala y la libertad también y además no existe.
El adoctrinamiento de los medios de comunicación y las redes sociales era y es fundamental. Hay que falsificar la historia. Por ejemplo, repetir sobre lo mala que fue la Inquisición aunque los condenados por el Santo Oficio en los siglos XVI y XVII fueron 1.400 personas y callar que en la Vendée, durante la Revolución francesa, hubo 1.200 muertos a manos de los jacobinos además de los 15.000 guillotinados de París. Y menos todavía citar los 100 millones de muertos que produjo el comunismo.
Siguen pensando, hoy como ayer, que los burgueses son tan idiotas que les venderán la soga con la que les quieren ahorcar.
Enrique Gómez Gonzalvo 18-11-2021 Referencia 482