
La democracia precisa de una norma jurídica suprema, la Constitución, a la que deben estar sometidos todos los ciudadanos e instituciones, incluyendo la Jefatura del Estado y las Comunidades Autónomas. Es lo que garantiza la igualdad ante la ley y en esto esto radica la grandeza de la democracia, en que sean iguales el que ha nacido en un palacio o en una chabola.
Si tuviéramos una democracia avanzada, esa igualdad nos impediría hablar de los derechos históricos, de los derechos de los homosexuales, de los derechos de las mujeres o de los derechos de los cojos. Esos derechos no existen o, al menos, no deberían existir. Los derechos son siempre de los individuos, de todos y cada uno de los ciudadanos, como personas, no por pertenecer a un colectivo.
Todos, vascos, catalanes, castellanos o manchegos, pensando de manera diferente, con una manera de ser diferente, sintiéndose diferentes, aceptarían vivir juntos porque, por encima de las diferencias, todos somos españoles e iguales ante la ley y esto es la base de la civilización, de la modernidad y de la convivencia.
Aceptaríamos definitivamente la reconciliación que se produjo en la Transición entre los dos bandos de la Guerra civil. Ningún partido consideraría solo buenos a los que la perdieron y gentuza a los del bando nacional y nadie intentaría generar nuevos odios y volver a la lucha fratricida para sacar provecho político.
No tendríamos un Gobierno con 5 ministros comunistas, cosa que no ha ocurrido en ningún país europeo desde finales de la Segunda Guerra Mundial si exceptuamos la breve experiencia en un gobierno en tiempos de Mitterrand allá por el año 1981 y que tan malos resultados obtuvo.
Aceptaríamos nuestra historia con sus episodios buenos y menos buenos, no como nos hubieran gustado. Haríamos como los franceses que no han sacado a Napoleón de Les Inválides, a un kilómetro de la Torre Eiffel, a pesar que en sus guerras murieron o quedaron inválidos un tercio de los jóvenes de su país.
Habríamos desarrollado el Plan Hidrológico Nacional de Aznar, derogado por los socialistas en el 2005, que habría dado cohesión a España, disminuido la desertización que afecta al 50 % de nuestro territorio y mejorado las emisiones de gas causantes del efecto invernadero.
No rechazaríamos nuestras tradiciones ni nuestra fiesta nacional porque la tauromaquia, aunque viene de la antigua Grecia (donde encontramos el toro pintado en muchos restos arqueológicos), es nuestra fiesta y todo lo del toro está muy ligado a nuestra historia, desde Goya hasta Picasso y García Lorca que dijo “los toros es la fiesta más culta que hay en elmundo”.
Enrique Gómez Gonzalvo 9-11-2021 Referencia 466
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