
El Imperio romano ha sido el más poderoso e influyente en la historia de la humanidad, hasta el día de hoy, y lo que más se le parece es el Imperio español. Son los imperios que Gustavo Bueno llama generadores en contraposición a los colonizadores o depredadores.
Parodiando el diálogo de la famosa película “La vida de Brian” de Monti Python, un mejicano, colombiano o peruano podría hacer la misma pregunta que hicieron a Roma… pero aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los españoles por nosotros?
Un imperio, como todo proceso de expansión, lleva aparejada inicialmente la violencia, pero si se quiere consolidar tiene que integrar los líderes locales a la élite dominante. La integración en el Imperio romano fue tal que Caracalla concedió la ciudadanía a todos los habitantes del imperio y en España, en la Constitución de Cádiz, se hablaba de “los españoles de ambos hemisferios”.
Una vez que se consiguió la convivencia en un espacio común de gentes de distintas razas, lenguas, tradiciones, religiones e identidades diferentes, con una integración que solo había superada por el imperio romano y nunca más se volvió a repetir, el resultado fue espectacular. Un periodo de 3 siglos de paz, prosperidad y crecimiento demográfico.
Es por esta razón que los viajeros franceses e ingleses que pasaron por aquellas tierras quedaron sorprendidos que los agricultores de allí pagaran menos impuestos que algunos agricultores españoles. O que ciudades del continente, como Lima o la ciudad de México, fueran más grandes y estuvieran mejor equipadas que las principales de la Península.
Para aquellos viajeros, como para la sociedad europea de la época, las colonias solo eran un vehículo para hacer más ricas las metrópolis; mientras que para España, como para el Imperio romano antes, todo formaba parte de una misma entidad y tanto daba ser español de España que ser español de América.
Además de llevar la riqueza material, la lengua, la civilización y la religión llevamos, por nuestra vieja tradición católica, el concepto de la dignidad del hombre, de que nadie es más nadie porque todos hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios.
En el momento de la independencia, la América hispana era mucho más rica que la peninsular. Contaba con las ciudades más pobladas y con las mejores infraestructuras del continente.
Las colonias inglesas en Norteamérica no experimentaron un despegue económico y un desarrollo demográfico hasta que consiguieron la independencia en 1775. Solo entonces las 13 colonias pasaron, de 2,5 millones de habitantes hasta 8,5, en sus primeros 42 años de independencia.
Hacia 1800, la ciudad de México tenía 137.000 habitantes y Lima, Bogotá y la Habana superaban los 100.000. Boston, una de las más pobladas del territorio anglosajón, no pasaba de los 34.000.
Ambos imperios terminaron, como ocurre con todas instituciones humanas, pero nadie ha dicho que el Imperio romano fracasara, como tampoco fracasó el entonces llamado Imperio hispánico.
El declive en la América española se desencadenó después de la independencia, a partir de 1830. Culpar a España de aquella caída sería como culpar a Roma de todo lo malo que pudo venir con la Edad Media, incluyendo las invasiones bárbaras.
Enrique Gómez Gonzalvo 26-09-2021 Referencia 458