
El progresismo, como el romanticismo en el siglo XIX, el movimiento hippie en la década de los 60 y, como todos movimientos contraculturales, se opone a los valores culturales e ideológicos más comunes que en ese momento existen en la sociedad.
Para algunos se trata es una religión laica, pero una religión al fin y al cabo, con sus dogmas, sus profetas, sus verdades reveladas y sus medios de comunicación. El evangelio de esta religión, que es el diario El País, dicta a sus feligreses lo que tienen que pensar sobre los asuntos del día y les evita la pesada carga de hacerlo por su cuenta. Mientras, La Sexta Tv, ataca por la mañana, por la tarde y por la noche a todo el que se oponga a la línea progre. Los distintivos del progre son las camisetas del Che Guevara en ellos y los pañuelos palestinos en ellas.
Por alguna extraña razón, ninguno de los referentes intelectuales de la progresía contemporánea se siente obligado a observar en su conducta privada aquello que exige con tanta fiereza a los demás.
En nuestra sociedad, como en todas, hay cosas que son verdad y hay que defender y cosas que no son verdad y por tanto rechazar. Las ideas progresistas coinciden en gran parte con el marxismo. Van en contra del capitalismo, del libre mercado, de la familia como organización social, de los principios que tradicionalmente han defendido las clases conservadoras.
En la prensa y en las tertulias televisivas no se puede decir lo que no es políticamente correcto, que es lo que molesta a los progres. No se puede presumir de ser católico, heterosexual o de derechas. No se puede decir que la recuperación de la memoria histórica solo sirve para dividir de nuevo a los españoles. Que la propiedad privada y el capitalismo son elementos imprescindibles para el progreso económico.
Tampoco se puede afirmar que la familia ha existido en todas las sociedades y en todas épocas históricas porque es la mejor forma de organización social y porque es donde cada miembro se siente amado por el resto. Ni que desde hace 3.000 años con el código de Hammurabi y posteriormente con los 10 Mandamientos de Moisés, existen unas normas morales, que se han trasmitido de generación en generación y que protegen la vida y la propiedad.
En el pensamiento progre está bien vista la homosexualidad, la infidelidad, el aborto, la promiscuidad exacerbada y en general cualquier conducta contraria a la esencia de la familia tradicional. Todas ellas se consideran expresiones altamente enriquecedoras del ser humano. El ataque a la propiedad privada en beneficio de un «interés público», la masiva intervención estatal en asuntos privados como la enseñanza, son elementos imprescindibles para el progreso de la sociedad.
El progre dice que el verdadero comunista nunca ha existido. La culpa del fracaso de los llamados regímenes comunistas no es de las ideas sino de las personas. Como máximo admiten que a Stalin o a Mao “se les fue la mano” en las ejecuciones de contra revolucionarios. Su idea básica es que “otro mundo es posible”.
Lo que es seguro es que sería peor.
Enrique Gómez Gonzalvo Terminado 24-08-2021 Referencia 442