
Multiculturalismo no es sinónimo de diversidad cultural, se refiere a la existencia de diversos grupos culturales en un determinado país incapaces de integrarse.
La yihad o guerra santa, precepto del islam, era y es totalmente incompatible con el resto de las religiones, aunque el papa Francisco diga que hay que comprender a los islamistas.
El mito de las tres culturas en la España medieval, viviendo en un oasis de paz, fue eso, un mito. Cristianos, judíos y musulmanes vivieron en barrios separados. La convivencia de las tres culturas, salvo breves periodos, nunca fue pacífica, hubo “apartheid” y terminó con la expulsión de las minorías musulmana y judía.
La defensa del multiculturalismo procede de mayo del 68 francés. Su base es el relativismo cultural, que consiste en creer que todas culturas son iguales, que no hay una cultura superior a otra. Afirman que las culturas tienen derechos propios, inalienables, que están por encima de los derechos de las personas y que las costumbres étnicas deben ser respetadas aunque estén contra los derechos de los individuos.
En nombre del multiculturalismo Occidente podría ser cómplice de la vulneración de los derechos humanos más elementales y de la imposición de la barbarie. Así, una cultura tendría el derecho de cortar el clítoris a las mujeres que forma parte de esa colectividad, permitir que se apedree a muerte a mujeres acusadas de adulterio porque se trata de una expresión cultural. También a que se concierten matrimonios de viejos marroquíes con niñas, en cuanto les viene la primera menstruación, o que un mulá de Granada pueda dar instrucciones de cómo pegar a las mujeres sin dejar huella para que el maltratador no pueda ser imputado por falta de pruebas.
El multiculturalismo que fracasó entre nosotros durante la Edad Media también ha fracasado en Europa. Con los seis millones de musulmanes casi todos turcos que hay en Alemania, otros 6 de origen pakistaní que hay en Inglaterra, los casi 5 de origen argelino que hay en Francia, en lugar de integración ha habido desintegración, es decir, confrontación violenta. En algunas ciudades como Bruselas y Estocolmo hay barrios en los que no entra la policía y las milicias islámicas imponen su ley.
Los occidentales seguimos creyendo que nuestro mundo es el mejor de los mundos posibles para todos, pero los islamistas no piensan lo mismo. Así como los europeos del Este si quisieron ser como los del Oeste en cuestiones de libertad sexual, de conducta, de modelo económico, de defensa de la propiedad privada, los islamistas no lo han querido nunca. No somos un modelo a imitar sino a eliminar.
La Sra. Merkel proclamó recientemente en Potsdam que «la perspectiva de la sociedad multicultural, de vivir juntos y disfrutar del otro, ha fracasado totalmente». El presidente de Alemania, Christian Woolf, ha insistido en que es necesario un esfuerzo de integración que incluya el aprendizaje del idioma, la adaptación a los usos culturales, la aceptación de los principios democráticos y los que no se integren “están demás”.
Enrique Gómez Gonzalvo 12–08–2021 Referencia 435