
Desde mediados del siglo XX se considera que el Estado tiene la obligación de atender las necesidades básicas de los ciudadanos, como dicen los social demócratas “desde la cuna a la mortaja”. El gasto social es la partida del presupuesto que el Estado debe destinar a satisfacer esas necesidades que antes lo hacían la beneficencia, la Iglesia y solo en una mínima parte el Estado.
Las obligaciones que antes se consideraban básicas, alimentación, enseñanza y sanidad, han ido aumentando de forma continuada y, por ejemplo, según el Estatuto de Cataluña, los ciudadanos tienen derecho incluso al paisaje. La consecuencia ha sido que el Estado se ha ido haciendo cada vez más grande y el gasto público ha crecido sin parar. Si hace 100 años representaba el 10 % del PIB, ahora en el Japón es el 33 %, en EE UU el 38 % y en los países europeos llega hasta el 50 %. Y como el dinero público no es de nadie, como dijo Carmen Calvo cuando era ministra de Zapatero, se gasta alegremente y se despilfarra.
Ningún político quiere que se le diga que es antisocial. Así, la deuda pública en España con el actual gobierno social comunista ha llegado al 125,3 % del PIB, que no se veía desde 1881.
Los conservadores, que lógicamente también se preocupan del bienestar de los demás, tienen otra idea de “lo social”. Para ellos, social es llevar la carretera a una zona depauperada económicamente. Social es sentar las bases de la economía para agrandar la tarta y que todos participen en ella. Social es administrar escrupulosamente el dinero de los ciudadanos. Social, sobre todo, es la creación de puestos de trabajo por parte de los emprendedores. Social es enseñarles a pescar en lugar de darles pescado.
Piensan que el gasto social ha de tener un límite, que no hay almuerzo gratis. Además ¿uno está obligado a trabajar más para el bienestar de otra persona? ¿Y si esa persona no quiere trabajar? Ningún estado puede obligarle a ello más allá del nivel de subsistencia.
El diálogo social no es hablar con la gente sino con los llamados agentes sociales. Son esos sindicatos que una o dos veces al año hacen una huelga para que el gobierno les dé las subvenciones que les permitan vivir como liberados todo el año. Van a la manifestación el primero de mayo y como dijo el clásico ¡unas cervezas y… a vivir! que son dos días. Es vivir sin trabajar por el hecho de pertenecer a un sindicato.
Enrique Gómez Gonzalvo 19-07-2021 Referencia 427