
La caída de la Iglesia Católica hacia la irrelevancia en nuestro mundo parece inevitable, tanto por la ausencia de vocaciones religiosas como por la disminución de la asistencia a los oficios religiosos o por los inmensos vacíos en la Plaza de San Pedro cada vez que habla el papa Francisco.
Dice Toynbee que la caída de las estructuras políticas o religiosas no suele ser provocada por la acción exterior sino por la demolición interna, no por enemigos exteriores sino cuando la institución se empeña en autodestruirse. Es una constante en la historia y la Iglesia católica no es una excepción.
Pablo VI pronunció en 1972 una frase estremecedora «por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios». Previamente, en 1968 había dicho «la Iglesia se encuentra en una hora inquieta de auto crítica o, mejor dicho, de auto demolición”. “La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma.» No sabemos el motivo de estas afirmaciones, pero podría referirse a las consecuencias del Concilio Vaticano II que se inauguró en Octubre de 1962 con Juan XXIII y terminó durante su papado en diciembre de 1965.
La realidad es que la Iglesia ha perdido la batalla contra la Modernidad y el Concilio Vaticano II ha sido la chispa que ha hecho saltar la crisis que se incubaba desde la Ilustración.
La modernidad representaba graves riesgos para que la gente continuara con la práctica de la religión y la moral cristianas (hedonismo, rebeldía juvenil, permisividad sexual, feminismo, etc.). Juan XXIII, para que la Iglesia fuera más atractiva a las nuevas generaciones intentó ponerla al día, (aggiornamiento, lo llamaba el pontífice italiano). Para conseguir que abandonara su apariencia inmovilista, para ser más atractiva a las nuevas generaciones, para que se adaptara a los avances científicos, tecnológicos y a las convulsiones sociales, convocó el Concilio Vaticano II.
Cambió la liturgia de la misa buscando mayor participación del pueblo. Se abandonó el uso del latín. Se adoptaron las lenguas vernáculas propias de cada país. Se permitió el uso de música popular en las celebraciones religiosas en vez de los cantos gregorianos y de la música sacra clásica, etc. En el aspecto doctrinal se abrió la puerta a la teología de la Liberación–según algunos, creada por el KGB para destruir la Iglesia desde dentro– que trató de conciliar marxismo con cristianismo.
En materia de disciplina del clero, el abandono de la vestimenta talar implicó una pérdida de su función y se perdió el respeto hacia su persona, haciendo que el sacerdote quedase más cerca de las tentaciones.
Teniendo en cuenta que el Concilio se celebró entre 1962 y 1965, en el contexto de la guerra fría, era lógico pensar que la Iglesia debería manifestar su postura con respecto al comunismo, pues éste era en aquel momento uno de los mayores peligros para la civilización europea. Pese a los esfuerzos de muchos obispos no se produjo una condena explícita del comunismo y no se debió a un incidente fortuito sino al deseo de respetar los acuerdos establecidos por el papa Roncalli en 1962 con el gobierno soviético.
Tras los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, en los que ambos, pero sobre todo el primero se posicionaron claramente contra la teología de la liberación, el actual papa Francisco en su pontificado ha adoptado posiciones de la izquierda o incluso cercanas al comunismo. En una entrevista al diario italiano La República, el papa Francisco aseguró que Cristo quería una sociedad similar a la que prometió el marxismo bajo su yugo. Al preguntarle en el mismo diario si quería una sociedad de inspiración marxista, contestó “son los comunistas lo que piensan como los cristianos”. Cristo habló de una sociedad donde los pobres, los débiles y los excluidos fueran los que decidieran. Refiriéndose al liberalismo económico habló de “esta economía que mata” y que genera sistemas que «no dan posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias».
El filósofo italiano Marcello Pera afirmó en una entrevista publicada en el periódico El Matutino que “todo cuanto dice (el papa) está fuera de toda racionalidad”. Y continuó “el papa detesta a Occidente, su aspiración es destruirlo, como también aspira a destruir la tradición cristiana y el cristianismo tal como se ha realizado históricamente”.
Enrique Gómez Gonzalvo 20/05/2021 Referencia 365
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