
Las religiones han de ser muy respetuosas con sus dogmas y su doctrina tradicional para no desaparecer. Es el caso de la Iglesia católica, en la que ningún papa cambió el magisterio y el dogma para permitir al déspota Enrique VIII su divorcio ni renunció a los dogmas marianos para atraerse a Lutero, ni siquiera cambió su liturgia hasta épocas recientes al sustituir el órgano por las ridículas guitarras.
En el campo de la sexualidad los deslices eróticos del clero eran muy frecuentes: el cura con barragana ha sido un clásico de nuestra literatura, al menos desde los tiempos del Arcipreste de Hita. Pero también existía en la Iglesia una ética sexual inequívoca que consideraba esos deslices como pecados que ponían en peligro la salvación del alma y las relaciones homosexuales eran condenadas enérgicamente como pecado de sodomía.
En los años 60 y 70, sin embargo, los vientos de la «liberación sexual» que soplaban en la sociedad penetraron en la propia Iglesia. Surgió entonces un sector de teólogos progresistas que reclamaban una revisión de la moral sexual. El desconcierto que tuvo lugar produjo una desbandada de secularizaciones en aquella época postconciliar. Muchos curas heterosexuales abrumados por el celibato entablaron relaciones con mujeres y colgaron los hábitos para casarse, pero los que patinaban en la otra dirección se quedaron dentro y el porcentaje de sacerdotes homosexuales aumentó sustancialmente.
Según la teóloga Janet Smith un grupo de homosexuales activos constituyeron la llamada “Mafia Lavanda” que ayudó a los suyos a tomar el poder y al control de las diócesis, desde donde ejercieron presiones sobre los muchos curas que no estaban de acuerdo con su forma de vida. Afirma dicha teóloga que cada vez estaba más claro que ésta fue una de las razones que condujeron al gran teólogo Benedicto XVI a su renuncia en 2013.
En la “guerra civil” entre conservadores y progresistas, la mayoría de los curas de la Mafia Lavanda estaban en el bando progresista. Si bien también había muchos curas que, sin ser necesariamente homosexuales, presionaban constantemente para conseguir una revisión de la posición oficial de la Iglesia sobre la homosexualidad, el matrimonio, la familia, los anticonceptivos, el aborto y otras cuestiones morales.
La prensa abusa de los términos pedofilia y pederastia y a veces los confunde. La pedofilia es la atracción sexual por los niños, pero no tiene por qué intentar mantener relaciones sexuales con ellos. Es una parafilia, lo que antes se llamaban perversiones sexuales, como el exhibicionismo, el masoquismo, el voyerismo, el bestialismo, la zoofilia. Se trata de un trastorno sexual, es decir, es una enfermedad mental.
La pederastia, por el contrario, es el abuso sexual a menores. No es enfermedad mental, es un delito.
También hay que decir que, según determinados estudios, en otros gremios que trabajan con adolescentes el porcentaje de abuso sexual es comparable al del clero, pero la repercusión mediática es mucho menor, porque la prensa, mayoritariamente anticristiana, usa un doble rasero siempre en perjuicio del cristianismo.
El arzobispo Carlo María Vigano, que ha realizado una investigación sobre este tema, tras entregarle una carta al papa Francisco, ha afirmado que el pontífice “conoce el lobby gay de la Iglesia y antepone la búsqueda de aliados en su «guerra civil» contra el sector ortodoxo/conservador a la lucha contra los abusos sexuales, mientras se llena la boca con una retórica de «tolerancia cero».
Enrique Gómez Gonzalvo 19/04/2021 Referencia 357