
Todos españoles tenemos la misma historia, los mismos orígenes y somos la primera o segunda nación más antigua de Europa. Ya a comienzos del siglo VIII, cuando nos invadieron grupos militares yemeníes y saudíes éramos un reino políticamente unificado, romano y cristiano.
La Reconquista fue la lucha de los diferentes reinos cristianos contra un enemigo común, al que querían expulsar para recuperar la España que se había perdido y volver al estado visigodo. Terminó en 1492 con la conquista de Granada, produciéndose la reunificación de los antiguos reinos en 1512 con la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla. De esta forma se puso fin a los últimos vestigios de la civilización islámica en la Península Ibérica.
Nuestra cultura la traspasamos a América tras su descubrimiento, conquista y evangelización, sustituyendo las civilizaciones indígenas, que eran tan primitivas que desconocían la rueda y hacían sacrificios humanos. La diferencia con la colonización inglesa fue tan inmensa, que así como los ingleses mataron a los indígenas, lo españoles protegimos a los indios, que no eran como los negros, ellos tenían alma por lo que valían lo mismo que los blancos.
Las autonomías son recientes y desde el principio se han mostrado como una fuente continua de corrupción y de privilegios. Se crearon durante la transición porque, imperando en aquella época el espíritu de concordia entre los españoles, se pensó que así se contentaría a catalanes y vascos. El resultado ha sido catastrófico puesto que ninguno de los dos objetivos se ha cumplido.
A la deslealtad natural de los llamados nacionalismos periféricos, se ha unido la deslealtad del resto de las autonomías ante el poder central para obtener más poder personal, más competencias y más dinero. Por su elevado coste se han convertido en un cáncer para España. En Alemania hay un político por cada 800 ciudadanos y en España 1 por cada 155.
Lo más parecido al estado de las autonomías ha sido la Primera República y aquellas repúblicas cantonales de Cieza, Jumilla, Yecla, Murcia y Cartagena terminaron en guerras entre si.
Desde que se aprobó el estado de las autonomías ya no se puede decir como en el discurso tras la promulgación de la constitución de 1812: “ahora ya no somos catalanes, ya no somos valencianos, no somos castellanos, no somos gallegos ni aragoneses, somos españoles, de la nación española. Nuestro parlamento, nuestras comarcas nuestra región es España y no tenemos otra y no queremos otra”.
Todos, haciendo el ridículo. Pujol declaró sin despeinarse «mientras que Cataluña es una nación, España, evidentemente, no lo es». El Partido Popular votó en el estatuto que Andalucía era “una realidad nacional” y Feijoo que Galicia era una nación sin estado.
¿Nos hemos vuelto todos locos? Mientras, los niños sometidos a la inmersión lingüística en las comunidades con una lengua regional, se les obliga a estudiar en un idioma que no conocen, en contra de las recomendaciones de la UNESCO, que dice que la lengua de la enseñanza debe ser la lengua materna porque con ella, los niños aprenden más rápidamente.
Enrique Gómez Gonzalvo 22-02- 2021 Referencia 444