La actitud de la Iglesia ante la pobreza ha sido con frecuencia contradictoria. Durante la Edad Media a veces se veía como un castigo y los pobres eran considerados sospechosos por sus pecados, pero normalmente la pobreza ha sido ensalzada. Se la ha identificado con el propio Cristo, se ha exigido el voto de pobreza en las órdenes religiosas e incluso se ha justificado el terrorismo contra los ricos en la Teología de la Liberación.

Nadie puede negar la extraordinaria y abnegada labor de la Iglesia para los más desfavorecidos a lo largo de lo siglos y en todos los países del mundo. La Iglesia Católica ha sido la única institución que, desde la caída del Imperio Romano, se tomó un interés constante y sistemático en la ayuda a los menesterosos y enfermos y en la enseñanza a las clases populares.
Es evidente que la Iglesia ama, reconforta y auxilia a los pobres, pero un error en sus postulados teóricos, hace que su actitud ante la pobreza sea equivocada. El primero y más antiguo de esos postulados, que no tiene ninguna base, es el suma cero, el de que hay pobres porque hay ricos y su riqueza es la causa de la pobreza. Si fuera verdad, si la riqueza de unos pocos fuera la causa de la pobreza de la mayoría, el mundo jamás se habría enriquecido en su conjunto, que es exactamente lo que ha sucedido.
El PIB per cápita de la humanidad permaneció prácticamente estable desde 5.000 años a d C hasta hace 250 años que surgió la revolución industrial propiciada por el capitalismo y desde entonces no ha hecho mas que aumentar. Y ha sido en las últimas décadas con la globalización cuando la pobreza ha descendido de manera más espectacular. No se trata de repartir la tarta y de dar unas migajas a los pobres, sino de hacerla más grande para que todos participen en el festín.
Tampoco el motor de la historia ha sido la lucha de clases como preconizaba Carlos Marx pues en las dos guerra mundiales los proletarios de los diversos países lucharon entre si. Las grandes guerras no han sido provocadas por el hambresino por los estados y algunas de las más devastadoras fueron desatadas por los estados más ricos.
El progreso de la humanidad se ha conseguido por las nuevas tecnologías que han aumentado y abaratado la producción, pero lo fundamental ha sido el sistema económico que ha permitido la libertad y la igualdad ante la ley y reconocido el derecho inalienable del individuo a la propiedad privada.
Es el sistema que no reprocharía a Pablo Iglesias que tuviera un casoplón si el dinero no procediera ni de Venezuela ni de Irán y hubiera sido adquirido legalmente. Solamente extrañaría su falta de coherencia al predicar una ideología que es contraria a su actitud.
El papa Francisco puede amar a los pobres, pero no mejorará su situación con encíclicas como la Frateli Tuutti, publicada el 3 de octubre en memoria de San Francisco de Asís, en la que afirma que la crisis financiera de 2007-2008 fue la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una regulación de la actividad financiera, tesis que suscribiría Podemos y el mismo Carlos Marx.
Y es que la Iglesia está acomplejada ante la izquierda porque no quiere que le arrebate la bandera de la igualdad, de la caridad que los progres llaman solidaridad, bandera que conduce a la miseria.
Enrique Gómez Gonzalvo Terminado 10/01/2021 Referencia 342