
El sexo libre fue una fantasía de los años 60 que no está en la naturaleza humana. La naturaleza nos ha hecho monógamos, que es la tendencia a formar parejas, pero monógamos imperfectos, es decir, que hay posibilidades de engaño por los dos lados.
La monogamia es una rareza en los mamíferos. Así el orangután es solitario y la relación sexual siempre es por violación. Los gorilas tienen harén, el macho alfa monopoliza todas las hembras. Los chimpancés son promiscuos, pero tampoco existe el sexo libre. Solamente los gibones son como nosotros.
Y es que la monogamia, como todo en la evolución no es un capricho. Se debe a que el ser humano nace inmaduro. Solamente a los 6-7 meses el niño comienza a gatear. La autonomía para buscar alimentos por su cuenta no la adquiere hasta los 2 años, por esto necesita el cuidado de los dos padres y si no dispusiera de ellos, la mayor parte de niños perecerían.
Para favorecer la monogamia las mujeres son activas sexualmente durante todo el ciclo menstrual. Por el mismo motivo, hombre y mujer, como todos los monógamos que forman pareja, son celosos.
También existe el enamoramiento, que es sobre todo atracción física y sexual. Se trata de una tempestad neuroendocrina para establecer un vínculo que tienda a durar, de manera que si hay criatura los dos progenitores se ocupen de ella. Se produce un aumento en la liberación del neurotrarnsmisor serotonina, la hormona de la felicidad, de la dopamina que es el neurotransmisor relacionado con el deseo sexual y de la occitocina, la hormona del amor y del placer. Alguna relación deberá tener con el misticismo, pues los místicos cuando se refieren a su relación con dios, hablan de enamoramiento.
La duración de este proceso es muy variable, desde varios meses hasta algunos años. Normalmente la intensidad de la pasión comienza a descender al año y se mantienen niveles elevados 3 ó 4 años más, que es el tiempo necesario para el desarrollo de la criatura. Terminado el enamoramiento el amor persiste si se forma una empresa conjunta, que no otra cosa es la familia, con elementos como la lealtad, la comprensión, la afectividad, la ternura. Se quieren pero ya no existe esa tormenta hormonal. No obstante, el amor más fuerte entre los humanos no es el amor de la pareja sino el amor madre hijo.
El divorcio, la ruptura de la pareja, produce una profunda repercusión en la salud psíquica de ambos cónyuges y en los hijos, sobre todo si tiene lugar durante la infancia o la pubertad.
Para el niño, el divorcio es un terremoto en su vida emocional. Percibe que el mundo se resquebraja bajo sus pies y que sus padres son distintos a los demás, pues creía que los dos eran buenísimos y le han fallado. ¿En quién puede confiar? Pdensaba que lo querían por encima de todo, pero entonces ¿por qué se han divorciado haciéndole sufrir tanto? Ante el nuevo “progenitor” siente atracción y a la vez repulsión por haber desplazado al verdadero. A su vez, el niño será utilizado con frecuencia como arma para molestar al otro cónyuge o como espía para averiguar sus andanzas.
Ante este caos emocional tan grave el niño reacciona con frecuencia rehuyendo el problema. Esta “huida” se manifiesta disimulando al máximo la tragedia que está viviendo. Por dentro se traduce lo que en psiquiatría se conoce con el nombre de represión: desplaza el problema del plano consciente al inconsciente, y allá en el inconsciente puede producir muchos síntomas físicos y psíquicos, como anomalías en la conducta.
Enrique Gómez Gonzalvo 2/01/2021 Referencia 516