
Francisco Largo Caballero se hizo con el poder del PSOE en 1932. Desplazando al socialdemócrata Julián Besteiro, se bolchevizó, rompió con cualquier tipo de legalidad compatible con el liberalismo y la democracia y pronto manifestó que “la clase obrera debe adueñarse del poder político, por eso hay que ir a la revolución”.
Stalin, mucho más inteligente que todos ellos, le escribió a Largo Caballero que moderara su ímpetu revolucionario a lo que éste contestó “el Parlamento entre nosotros, no goza de gran predicamento”.
Tras perder las elecciones en 1933, en el 34 los socialistas dieron un golpe de Estado en Asturias y allí, ayudados por la Izquierda Republicana de Manuel Azaña, comenzaron a matar a curas y a gente que iba a misa, que es el patrón que seguirán cuando comience la guerra.
En febrero del 36 al menos la mitad de los españoles votaron a partidos de la derecha, muchos de ellos simplemente porque iban a misa. Para provocar a los militares los escoltas de Indalecio Prieto terminaron matando a uno de los dos líderes de la oposición parlamentaria, a Calvo Sotelo y a Gil Robles no lo hicieron porque no lo encontraron en su domicilio. A los dos días de éste magnicidio se produjo el alzamiento del General Franco.
Más que una guerra civil lo que se produjo fue una contrarrevolución muy semejante a la de Rusia, con la única diferencia que aquí ganaron los blancos y esto no lo ha perdonado ni el comunismo de dentro ni el de fuera.
A Franco le siguió la media España que en palabras de Gil Robles “no se resignaba a morir”. Como eran contrarrevolucionarios, no tenían un proyecto claro, eran una amalgama de muchas fuerzas y al final Franco, el que no quería rebelarse, se convirtió en árbitro. En él buscaban, como ocurrió con el alzamiento del General Primo de Rivera en 1923, el “cirujano de hierro” que preconizaba Joaquín Costa.
Franco llevó una guerra lenta conquistando territorio pero con pocas bajas, salvo en una ofensiva relámpago para cerrar los Pirineos, evitando con ello una posible invasión desde Francia.
En noviembre de 1936 se instauró en Madrid el “terror rojo.” La Puerta de Alcalá estaba tapada con grandes retratos de Stalin y de Largo Caballero. Allí no había ninguna batalla, pero los madrileños estaban aterrorizados porque los sacaban de las cárceles y de sus casas a las afueras de Madrid, a las cunetas de Paracuellos y atados de dos en dos para que no pudieran escapar les obligaban a cavar zanjas y los asesinaban.
Los que mataban no eran comunistas a las órdenes de Stalin pues las brigadas internacionales todavía no habían llegado. Eran comunistas, pero comunistas españoles.
Madrid se rindió a Franco en la primavera del 39, tras un golpe que dio el bando republicano con el general Casado a la cabeza, después de haber luchado ambos ejércitos el nacional y el republicano durante 3 años con un millón de hombres cada uno.
Los dos ejércitos cometieron brutalidades, pero como ellos por ser comunistas eran los buenos, los que estaban en el otro bando tenían que ser los malos.
Enrique Gómez Gonzalvo 9/11/ 2020 Referencia 319