El mundo en el que vivimos no es perfecto, pero si es el mejor mundo de los posibles porque la igualdad y la libertad que está más extendida no es la de los revolucionarios franceses, la de los jacobinos, la de la guillotina sino la que se impuso con la Revolución americana.
Desde mediados del siglo XIX en que ha predominado el liberalismo conservador sobre la violencia revolucionaria, el crecimiento económico y la transformación social han sido las mayores que se han producido en la historia de la humanidad.
Cada vez en más países hay igualdad ante la ley porque los seres humanos somos distintos, radicalmente desiguales, pero con el mismo derecho a «la búsqueda de la felicidad», es decir, a labrar nuestro propio destino sin que otros lo decidan por nosotros.
Los países más ricos no lo son por derecho de conquista sino porque son capaces de hacer bienes o prestar servicios de mucho valor añadido y que los consumidores y empresas demandan y a un precio competitivo, ya hablemos de relojes de lujo o de manzanas. Esta es la clave de la prosperidad de cualquier industria o nación: hacer cosas que los demás quieran comprar.
Este modelo de sociedad americana, el único país que ha nacido y se ha mantenido siempre como una democracia, ha fascinado a la sociedad europea y casi a la del resto del mundo, siendo los japoneses en el otro extremo del mundo, la nación después de Taiwán, que más admira a los americanos.
La grandeza de este modelo de sociedad radica en que, por primera vez en la historia se permite a los países pobres volverse prósperos rápidamente, quemando etapas, si hacen lo que deben hacer, que no es el modelo de la Unión Soviética, de Cuba o de Venezuela. El modelo son los países en los que la democracia es una realidad palpable y en los que se han hecho las reformas necesarias.
Solamente en los últimos 35 años según el Banco Mundial, de 1980 a 2015 la población del planeta en situación de extrema pobreza ha pasado del 43 % al 17 % y se espera terminar con el hambre en el mundo antes del 2030.
Los países más capitalistas son los menos intervencionistas y los que permiten mayor libertad económica. Son en definitiva los que tienen menores impuestos, menor gasto público, menor proteccionismo comercial y menor rigidez del mercado laboral.
A pesar de ello, el capitalismo es el chivo expiatorio de todos los males que aquejan a la humanidad, desde la pobreza al cambio climático pasando por el terrorismo yihadista o la violencia doméstica. El comunismo, por el contrario, pese a haber fracasado colosalmente cada vez que se ha intentado, está investido de un idealismo, de unos sentimientos intachables y de unas buenas intenciones, pero afortunadamente el liberalismo se aplica cada vez y el comunismo cada vez menos.
La civilización occidental tiene la obligación moral de evitar en todo el mundo que se repita alguna de las páginas más negras de su historia y para ello es esencial el rechazo de las ideologías que generaron los horrores totalitarios que arrasaron el siglo XX.
Enrique Gómez Gonzalvo. 11/8/2020 Referencia 272