En el siglo XIX ser enterrado vivo, suceso extraordinariamente raro incluso en aquella época, constituía una verdadera obsesión popular y era ampliamente tratado en la prensa y en la literatura. Y continúa igual.
En el año 2011 un sexagenario surafricano se despertó en la cámara frigorífica de la morgue y pidió ayuda; su familia lo había dado por muerto tras sufrir un ataque de asma y, sin certificado de defunción, llamó a la funeraria. En 2012 una china de 95 años que habría sufrido un fuerte golpe en la cabeza, salió del ataúd por su propio pie durante el velatorio.
En enero de hace dos años dieron por muerto a un preso en la celda de la cárcel donde cumplía condena en Asturias. Lo introdujeron en una bolsa y los servicios funerarios lo trasladaron al Instituto de Medicina Legal de Oviedo. La sorpresa fue mayúscula cuando horas después recobró el conocimiento en el depósito de cadáveres en el que permanecía hasta que los médicos forenses le practicasen la autopsia.
Los medios de comunicación suelen diagnosticar todos estos casos de catalepsia, pero posiblemente los tres sucesos anteriores no tengan ninguna semejanza.
La catalepsia, extremadamente rara, es un estado en el que el paciente parece que está muerto, con todas las funciones vitales sumamente débiles, con un pulso indetectable, incluso los latidos cardiacos a la auscultación, pero puede ser consciente de todo lo que sucede a su alrededor, aunque sea incapaz de responder. No se trata de una enfermedad sino de un síntoma que puede aparecer en muchas enfermedades, como en el Parkinson, epilepsia, esquizofrenia catatónica, abstinencia a la cocaína, depresión, tras un choque emocional, en intoxicaciones por fármacos, etc.
En el caso del preso asturiano, Gonzalo Montoya, el enmascaramiento de los signos vitales pudo deberse a una sobredosis de barbitúricos, que produjera también un descenso de la temperatura corporal. Se trata de medicamentos que se utilizan también para inducir el coma, como cuando es necesario realizar una intervención quirúrgica en el cerebro y es preciso reducir al máximo los daños en este órgano.
Volviendo a la catalepsia, también conocida con el nombre de muerte aparente, la duración del estado de inconsciencia y parálisis es variable en función de la causa. Puede prolongarse unas horas en caso de una sobredosis, mientras que algunos enfermos mentales graves están años sin apenas moverse ni hablar, pero, obviamente, nadie los toma por cadáveres.
Diferente a la catalepsia es el sueño muy profundo que se produce en algunos pacientes epilépticos tras sufrir una crisis convulsiva, pero no hay noticias de que nadie haya sido enterrado vivo por este motivo.
La muerte solo se produce cuando hay un cese definitivo de las funciones vitales, cardiacas y respiratorias. Sin embargo, a veces latidos cardiacos muy débiles pueden pasar desapercibidos incluso a la auscultación y, para tener la certeza de la defunción, hay que acudir al electrocardiograma mediante un aparato portátil del que están dotadas todas las ambulancias y este diagnóstico de muerte cierta, ya es definitivo.
Enrique Gómez Gonzalvo 14 /6/2020 Referencia 364