El cerebro del ser humano además de tener conciencia de si mismo, de su propia existencia y de ser un ente distinto del resto del universo, recoge información del entorno y elabora una representación de la realidad exterior. Esto nos permite intuir el futuro, prever las consecuencias de nuestros actos y adaptar nuestra conducta a las diferentes circunstancias ambientales.
Lo particular de este proceso es que la elaboración de la realidad exterior que realiza cada ser humano será diferente a la del resto de sus congéneres. Esto es un proceso conflictivo y a la vez enriquecedor. Por una parte es el motor de la evolución cultural, pero al considerarnos cada uno de nosotros depositario de la verdad, aparece una especie completamente nueva en la naturaleza, en la que el principal problema que enfrenta a sus diversos miembros será tratar de comprender a sus congéneres, que serán sus principales depredadores.
Para entender las ideas de nuestros semejantes hay otra dificultad y es el cerebro emocional. Cada persona, antes de sopesar de forma racional la situación, recibe un “clic” inconsciente de esa parte del cerebro que será determinante para la respuesta del individuo.
La gran dificultad para la convivencia de nuestra especie es la incapacidad para evitar la violencia y a pesar de ello soñamos con una civilización sin agresividad, lo cual es absurdo porque tendríamos que renunciar a nuestro pasado biológico y mientras tengamos hormonas, testosterona y todo nuestro pasado biológico nada podrá cambiar.
Una tercera dificultad es la existencia de una cierta fascinación por el mal. Son numerosos los ejemplos. A pesar de que Hitler y Stalin, fueron la encarnación del mal, el primero logró seducir a los alemanes y el segundo a muchos intelectuales y los dos siguen suscitando gran interés.
Es también extraña la afición por el turismo negro: prisiones militares abiertas a turistas, museos de la Inquisición, visitas a lugares en los que ha habido catástrofes o procesos de exterminio como el campo Auschwitz, la casa de Ana Frank en Ámsterdam, el pueblo de Oradur-Sur-Glane en Francia cuya población fue aniquilada por los alemanes. También es llamativa la fascinación por Don Juan, el hombre libre que no conoce ataduras morales.
Existe la figura del malvado ideológico que es el que puede hacer daño sin ningún freno moral porque sus creencias y valores lo autorizan para ello. Hitler no era un loco, era un malvado convencido de que debía exterminar a los judíos, a los gitanos, a los Testigos de Jehová o a los homosexuales porque eran dañinos para la especie. Para Lenin, Stalin o Mao, el asesinato en masa de los “enemigos de clase” no constituía un crimen sino una necesaria obra de limpieza revolucionaria que predicaba el catecismo marxista y que exigía la dictadura del proletariado.
Tras el fracaso de los filósofos de la Ilustración en el intento de mejorar a los seres humanos mediante la educación, se he pensado en la ingeniería genética, pero además de pertenecer a la ciencia ficción, ese pensamiento produce escalofríos.
Hoy por hoy nos tenemos que conformar con proteger a la gente decente de la gente mala, de los pirómanos, de los ladrones, de los asesinos, de los que predican el odio ideológico, de los que dicen “arderéis como en el 36”, de la ideología comunista que ha sido la responsable de más de 100 millones de muertos
Enrique Gómez Gonzalvo 26/03/2020 Referencia 236
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Un total de 36 sacerdotes y diáconos del Obispado de Vic (Barcelona) han llamado a los ciudadanos y políticos a utilizar el diálogo y medios «siempre pacíficos» para promover los derechos históricos de Cataluña, y esperan el retorno de los derechos fundamentales y de las instituciones del Gobierno regional, la abolición de juicios políticos, liberar a los encarcelados y el respeto a la pluralidad de pensamiento y a las legítimas aspiraciones del pueblo catalán.