¡Hasta siempre comandante! Así terminaba el breve mensaje de recuerdo que Pablo Iglesias le dedicaba en un twiter al líder revolucionario el pasado 9 de octubre, con motivo del 52 aniversario de su muerte.
Ernesto Guevara, más conocido como El Che Guevara, que se firmaba Stalin II, uno de los personajes más siniestros de la historia, fue un líder sanguinario y un asesino sin piedad. Él dijo que iba a ser una fría máquina de matar. En una carta a sus padres escribió “tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gustaba matar”. En la ONU, dijo, fusilamos, fusilaremos y seguiremos fusilando hasta el final. En su diario de viajes por América Latina escribió: degollaré a todos mis enemigos y añadió que el revolucionario debe ser una fría máquina de matar.
Siguiendo a Lenin, que ejecutó hasta el perro del zar, pensaba que no era suficiente con matar, era preciso asesinar inocentes. Solo así se implanta el terror.
Cuando llegó a Cuba, a la que no conocía, lo primero que hizo fue crear un campo de concentración para homosexuales, cuyo slogan, a la entrada, calcado de Hitler decía “el trabajo os hará hombres”. No se sabe los miles de homosexuales que fueron fusilados o “suicidados “.
Como había estudiado Medicina, Fidel Castro le encargó la Sanidad y más tarde la presidencia del Banco Nacional de Cuba. Finalmente, tras su absoluto fracaso, lo mandó a Colombia para que lo mataran.
Tras su muerte, los intelectuales europeos, norteamericanos y latinoamericanos lo elevaron a la categoría de un ser perfecto y, para el filósofo francés Jean Paul Sartre, “el ser más completo de nuestra era”.
Los estudiantes de París que protagonizaron la revolución de mayo del 68, los que ocuparon la Soborna pidiendo libertad, los que arrancaron los adoquines del barrio latino, los que salieron a la calle para combatir el supuesto autoritarismo de la democracia y de sus tiranos padres, enarbolaban en sus pancartas al Che Guevara junto a Trosky y Ho Chi Min. ¿Hay mayor contradicción?
Lo más grave no es que jóvenes de todo el mundo sigan vistiendo camisetas con su imagen y viendo en él al héroe revolucionario y romántico. Lo más grave, para nosotros, es que su obra es defendida por gente que se sienta en nuestro Parlamento. Es como si Alberto Núñez Feijoo o Santiago Abascal o Inés Arrimada lloraran el suicidio de Hitler o el linchamiento público de Mussolini y lo saludaran con un ¡hasta siempre, comandante!
Enrique Gómez Gonzalvo 18/03/2020 Referencia 338
Enrique Gómez Gonzalvo 18/03/2020 Referencia 338