Hace 63 años el 25 de marzo de 1957 los países europeos en ruinas tras la Segunda Guerra Mundial en la que murieron 40 millones de personas, firmaron el tratado de Roma para preservar la paz. Así se creó la Comunidad Económica Europea que reconocía y garantizaba cuatro libertades fundamentales: la circulación de bienes, capitales, personas y servicios. Partían de la convicción de que tan sólo el libre comercio podía garantizar la prosperidad y una paz duradera a una Europa devastada tras dos guerras mundiales en apenas un cuarto de siglo.
La vocación europea de algunos jefes de gobierno transformaría dicho tratado en un proyecto político, la Unión Europea. España y Portugal se adhirieron a él en 1986 y comenzaron a beneficiarse de los fondos europeos, especialmente en la época de Aznar, para disminuir las diferencias en el sentido económico.
En 1995 se abolieron las fronteras en siete países. Alemania, Bélgica, Francia, Luxemburgo, los Países Bajos, Portugal y España y así los europeos pudieron viajar libremente por todo el continente.
El 1 de enero del 2002 se puso en circulación el euro y el tener una moneda estable, fuerte y única fue un avance extraordinario.
Estos 60 años, con sus luces y sus sombras han sido el periodo más largo de paz y prosperidad que ha conocido Europa, pero en los últimos años el sentimiento a favor de la Unión va disminuyendo y varios nubarrones recorren nuestro continente.
Se ha producido un rebrote del nacionalismo, aunque también es verdad que el racismo en la Unión existe casi desde su fundación. Los países protestantes del Norte y con la ayuda de Francia consideran a los católicos del sur poco “serios” en temas económicos y aunque tanto las iglesias de uno u otro signo están vacías, el racismo continúa.
Algunos países, como el Reino Unido, han considerado que la Unión Europea es demasiado tolerante con la inmigración ilegal y el islamismo radical, pues se trata de una civilización homófoba, teocéntrica y que desconoce los más elementales derechos humanos. Existe la tendencia a culpar a las demás naciones de los problemas propios de cada país.
Los propios gobernantes tienden a difundir una imagen victimista de su propio país, diciendo que a ellos les iría mucho mejor si no fuera por las imposiciones de tales o cuales instancias supranacionales.
Cuando las cosas van bien, los responsables políticos de cada país pretenden que el mérito sea suyo y cuando las cosas van mal la culpa irremisiblemente es de “Europa”, de la Unión Europea o sencillamente de Bruselas. Ella es la responsable de la crisis, de los recortes, de la eliminación de las subvenciones.
La Unión Europea tanto presumir de su civilización y desde su fundación lo único que ha hecho en política internacional ha sido traicionar a EE UU y quejarse porque bombardeó Sarajevo. No ha estado en los Balcanes ni está en Venezuela, si bien en este caso la culpa es nuestra porque es España la que marca la política de La Unión con respecto a América Latina y esa política es la de Zapatero.
Con el paso del tiempo, ha ido calando entre la población el difuso sentimiento de que la Unión Europea no es más que un ineficiente y molesto aparato burocrático y que ha quedado reducida a poco más que a un club de negocios franco alemán ajeno a los problemas de la gente.
Enrique Gómez Gonzalvo 06/03/2020 Referencia 513