La violencia en el hombre es necesaria para su supervivencia ya que con demasiada frecuencia tiene que ejercerla contra otros seres vivos e incluso contra sus semejantes. La organización social requiere de una jerarquización y ésta precisa del uso de la violencia por parte de la autoridad ante el incumplimiento de la norma. Sin policía, sin leyes y sin instituciones penitenciarias, la sociedad se desmoronaría.
Una cosa es el uso de la fuerza en pos de la supervivencia o del mantenimiento de la sociedad y otra muy distinta es la aplicación de la crueldad a sangre fría, de la furia, del odio y de la maldad por puro placer o de la violencia por la violencia misma, sin ningún tipo de justificación o pretexto.
Para algunos, la violencia en sus diversas formas de agresiones domésticas, terrorismo, tortura, homicidio, suicidio, etc. serían comportamientos culturales, que se aprenderían en el seno de la familia o de la sociedad, aunque también influirían la frustración, la marginación social, el consumo de drogas o de alcohol y los modelos de conducta que se adopten.
Otros creen que la propensión a la violencia es innata. Se ha relacionado mucho la violencia con la testosterona. Es evidente que su aportación en el comportamiento agresivo de las personas es importante. Los hombres, además de ser más voluminosos, disponemos de más testosterona, pero las mujeres también la producen y además intervienen otras hormonas.
En cualquier caso, está evidenciado que las personas con niveles muy elevados de testosterona tienden a ser más gamberros y violentos, gustan más a las mujeres y son mejores reproductores y sexualmente más activos.
Los psiquiatras nos dicen que la conducta violenta es más frecuente en algunos trastornos de la personalidad. Son los psicópatas, que carecen de empatía, no perciben el dolor ajeno y no sienten remordimiento por sus actos. También los narcisistas enamorados de si mismo que no toleran que se les lleve la contraria. Los paranoides, desconfiados y suspicaces que atribuyen a los demás actitudes hostiles. Los antisociales que han perdido la noción de la importancia de las normas sociales. Los de conducta impulsiva, lo que ellos llaman el trastorno explosivo intermitente.
También nos dicen los psiquiatras que influyen en la agresividad las emociones como la ira, la ansiedad, las frustraciones, los celos, la envidia, el resentimiento, la baja autoestima, el alcoholismo, las drogas y la marginación social.
Los neurólogos y especialistas en genética vienen a decir que el comportamiento agresivo está predeterminado en nuestro ADN en un 70 % y solo el 30% restante depende de factores sociales como los compañeros, la banda, los amigos, el líder del grupo juvenil que es el que tiene prestigio, y las experiencias que el individuo va adquiriendo a lo largo de la vida.
Un caso especial es la violencia doméstica y las agresiones sexuales a las mujeres que son un fenómeno frecuente en todas las culturas. No comienza como maltrato físico sino como maltrato psicológico, siendo la base de éste el convencer a la mujer que ella no vale nada y él mucho. Esto lo repiten una y otra vez las mujeres y los homosexuales afectados, porque hay una gran similitud en el maltrato de ambos tipos de parejas.
La realidad es que hay personas buenas, que se dedican a hacer el bien y hay personas que son simplemente malas, que igual que maltratan a los animales porque sienten placer, pueden retorcer el brazo a un recién nacido, quemar a un mendigo o filmar con su móvil la paliza a un compañero de colegio.
Enrique Gómez Gonzalvo 23/02/201. Referencia 210
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