
Todos los pueblos de la tierra desde el homo de Atapuerca se han hecho las mismas preguntas: ¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cómo se ha generado el universo? ¿Cómo se explican los fenómenos de la naturaleza: la salida y puesta del sol, las estaciones, la lluvia, el rayo? ¿Quién ha creado todo esto? Obtener respuesta a estas preguntas era necesario para calmar nuestra angustia y satisfacer nuestra curiosidad que es infinita. Los que se han dedicado a resolver estos acertijos se han llamado chamanes, sacerdotes, intelectuales o filósofos.
Cada uno de ellos ha dado una interpretación de la génesis del universo y ha dado un destino a nuestras vidas más allá de la muerte. Todas las explicaciones han coincidido bastante: hemos sido creados por unos seres superiores a los que llamamos dioses. ¿Y que es un dios para un hombre? Algo parecido a lo que es un padre para un niño. El niño quiere el amor y la protección del padre y los dioses, después de crear al hombre, quieren su sumisión.
En nuestra civilización occidental y según la Biblia el hombre ha sido creado por Dios, a su imagen y semejanza, de forma que somos hijos de Dios y herederos de su gloria. Nos ofreció el Edén y nos dio una compañera, Eva. Y cuando pecamos, nos envió a su único hijo para redimirnos y a la madre de su hijo, la Virgen María, la hizo madre nuestra.
Cuando ya teníamos todo” resuelto” porque la religión tenía respuesta para todo, Charles Darwin formuló la teoría de la Evolución de las especies, hoy universalmente aceptada (salvo en algunos sectores ultraconservadores y ultra religiosos de EE UU).
Darwin nos dice que todos los seres vivos de la tierra procedemos de un ser unicelular, que ha sufrido una serie de cambios, de mutaciones. Estos cambios se han producido por azar, unos eran buenos y otros malos, pero solo triunfaban los que suponían una ventaja para la supervivencia.
La evolución no tiene ningún propósito, no sigue ningún diseño preconcebido. No se dirige a formas de vida cada vez más elevadas, más complejas No tienen por qué prevalecer en la tierra los seres vivos más inteligentes Así, hace 200 millones de años, los dinosaurios dominaban la tierra y en cambio unos reptiles, antepasados directos de los mamíferos, los llamados “reptiles mamiferoides”, eran superiores a los dinosaurios.
Todas las especies son igualmente perfectas. Todas maravillosamente adaptadas a sus hábitos de vida, gracias a la selección natural. Los humanos sólo somos más complejos en el sistema nervioso central. En los demás órganos o sistemas nos superan otros seres vivos: en fuerza, en velocidad, en oído, en rapidez de movimientos, en la visión, etc.
Todas ellas pueden desaparecer cuando cambien las circunstancias de la naturaleza. Miles de ellas lo hicieron cuando un meteorito chocó contra la tierra, pero persistieron otras y surgieron muchas más, entre ellas el homo sapiens.
¿Entonces, de dónde venimos? Venimos del bing bang o gran explosión que produjo el universo hace unos 13.700 millones de años. Venimos de la primera célula viva que apareció en el planeta Tierra hace 3.000 millones.
Venimos de unos monos que vivían en las selvas tropicales de África hace 15 millones. Primero fué el Homo hábilis, que a los largo de millones de años se transformó en Homo ergáster, Homo erectus, homo de Neanderthal y Homo Sapiens.
Hemos salido de nuestro planeta, hemos pisado la Luna y nuestra idea es conocer todo el Universo, que nunca comprenderemos, porque nuestra capacidad es limitada, o como dirían los cursis… nos faltan megas.
Enrique Gómez Gonzalvo 07/02/2030 Referencia 191
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