A medida que vamos conociendo el funcionamiento de nuestro cerebro se va viendo la luz en mucho temas que antes estaban reservados a la teología y a la filosofía, aunque no resolvían nada. Así ocurre con el concepto de la dualidad cuerpo alma.
La concepción antropológica de Platón consistía en que estábamos compuestos de cuerpo y alma. El alma es la que nos hace humanos, fue creada antes que el cuerpo y es inmortal. El cuerpo nace después y tiene que morir.
Según el catecismo de la Iglesia Católica, el alma es creada por Dios, a su imagen y semejanza para estar unida a un cuerpo que tiene que nacer. Posee facultades propias, como la razón, que le permite expresar sus opiniones respecto a seres sobrenaturales, como la idea de Dios, la existencia del bien y del mal, de la justicia, de la voluntad que nos permite elegir, etc.
Pues bien. Los neurólogos nos dicen que el alma no se puede encontrar ni ubicar en el cerebro, porque lo inmaterial, lo que no tiene energía, no puede interaccionar con el cerebro, que es materia. Según ellos, el alma podrá tener un lugar en la religión, pero no en la neurología.
Sin embargo hay unas estructuras cerebrales que, debidamente estimuladas, generan experiencias espirituales por lo que se puede deducir que la espiritualidad está ligada al cerebro, sin que esto quiera decir que se está a favor o en contra de la creencia en seres sobrenaturales.
El creyente puede atribuir esas estructuras a la previsión divina que hace posible la comunicación con Dios. Para el no creyente, los seres sobrenaturales no serían otra cosa que proyecciones de nuestro cerebro sobre el mundo exterior.
Estas consideraciones son fruto de una opción personal e íntima. Lo que si es cierto que la religión, como búsqueda de lo sagrado, de lo divino ha estado presente desde el comienzo de nuestra andadura por la Tierra.
El mundo de la ciencia siempre ha intentado profundizar, sin salirse de su propio camino, en los misterios del hombre. Hasta ahora se ha avanzado en el conocimiento del origen y formación del universo, pero nada más y seguramente nunca conoceremos el destino de nuestras vidas, pero al menos, los científicos no han cometido tantos disparates como los filósofos. Como los ateneístas madrileños que votaron en tiempos republicanos la existencia o inexistencia de Dios. O como el camarada Lunacharsky, comunista ruso, que juzgó a Dios por crímenes contra la humanidad y encontrándolo culpable lo fusiló mediante una ráfaga de ametralladora dirigida contra el cielo.
Enrique Gómez Gonzalvo Actualizado 6/01/2020 Referencia 184