Se ha dicho que la confluencia de nacionalismo y socialismo es contra natura, porque el nacimiento del nacionalismo tiene unos orígenes románticos e irracionales, mientras que el socialismo procede del racionalismo y la Ilustración.
Es cierto lo del nacimiento del nacionalismo. Nación no es equivalente a nacionalismo. La nación moderna nació con los constitucionalistas de Cádiz de 1812 y está íntimamente unido a la libertad. La Constitución dice en su artículo 2 “la nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona” (se refiere a los Borbones). Contrapone el término nación al de reino, que sí es patrimonio de la familia real.
El nacionalismo, por el contrario, es una ideología que nació en el siglo XIX, como una reacción romántica frente a la universalización, lo que hoy llamaríamos globalización. Exalta los rasgos culturales e incluso raciales de lo pequeño, de la aldea, del caserío.
El socialismo sí viene del racionalismo y de la ilustración, pero no de la rama principal que nos conduce al liberalismo, sino de la rama de Rousseau, que no predica la igualdad ante la ley sino la igualdad económica. Para conseguir esa igualdad, ha de violar la igualdad ante la ley con medidas de discriminación positiva ante grupos raciales, regionales, históricos o sexuales, como ocurre actualmente en España con la ley de violencia de género.
Ambas, socialismo y nacionalismo, que se desarrollaron paralelamente en el siglo XIX, presentan muchas coincidencias. Ambas van contra la libertad, por ejemplo, cuando pretende normalizar el uso de determinada lengua por no se qué razones históricas. No existe ninguna base racional para pretender que en un determinado territorio se hable una lengua determinada y no otra.
Coinciden también en que supeditan la libertad individual a las reivindicaciones colectivas y en que pretenden forzar a los ciudadanos a cambiar sus hábitos y su conducta.
Es normal que con tantas coincidencias, las dos acabarían convergiendo en el siglo XX en regímenes totalitarios.
En Europa nacionalismo alemán y socialismo confluyeron en el régimen hitleriano.
En España épocas más reciente han coincidido en organizaciones terroristas como ETA.
Actualmente lo han hecho en el separatismo de Cataluña. Las dos a la vez han puesto en marcha la política de construcción nacional, «fer país», uno de los ejemplos más palmarios de ingeniería social aplicados en Europa.
Sus pilares son el férreo control de la educación, la puesta a su servicio de los medios de comunicación, bandas juveniles que siembran el terror en las calles y la colaboración de la iglesia, aunque eso suponga la aproximación al paganismo. Sus efectos colaterales han sido la corrupción y el despilfarro económico.
Como diría Sabater, hay ideologías perversas, pero también hay ciudadanos tontos que las votan.
Enrique Gómez Gonzalvo 24/11/2019 Referencia 474