
La caída de una estructura política, generalmente no la provoca una acción exterior del enemigo sino que es producto de una demolición interna. Este hecho es tan inexorable que casi parece una ley física. Así ocurrió con la Segunda República española: el culpable de su voladura fue el POSE.
Todo vino del año 1933 cuando el POSE perdió las elecciones. El moderado Largo Caballero, que había colaborado con la dictadura de Primo de Rivera, se radicalizó, se convirtió en el Lenin español y en el 34, con Indalecio Prieto, que es el que puso las amas, organizó la rebelión de Asturias.
Claudio Sánchez-Albornoz, presidente de la República en el exilio, recordó amargamente a sus compañeros que la izquierda española con su golpe de octubre del 34, perdió para siempre toda legitimidad para criticar el de julio del 36.
El bueno de Julián Besteiro no paró de denunciar el creciente bolchevismo de Prieto y de de Largo Caballero. Se opuso al golpe de octubre del 34 y, terminada la guerra civil, mientras que los culpables corrían como liebres ante la llegada de las tropas de Franco, él mantuvo su dignidad hasta su muy amargo e injusto final.
Salvador de Madariaga también fue clarísimo: «El alzamiento de 1934 es imperdonable. Todo el mundo sabía que los socialistas de Largo Caballero estaban arrastrando a los demás a una rebelión contra la Constitución de 1931. Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936».
Largo Caballero fue a la guerra civil pensando que la iba a ganar, con la oposición de Besteiro y la colaboración de Indalecio Prieto, que antes de morir en el exilio en Méjico pidió perdón a España y a los españoles por aquel crimen sangriento contra la República y la democracia.
Querían que se produjera la sublevación para imponer la revolución. Tan seguros estaban de ganarla que, los escoltas de Prieto secuestraron en su casa y asesinaron al jefe de la oposición Calvo Sotelo, tras fracasar en el intento de matar a la mujer de Franco en Canarias, para provocar al ejército.
El Jefe de Gobierno, Casares Quiroga, cuando le dijeron el 17 de Julio que se había levantado el ejército de África, seguro del fracaso de la sublevación, contestó: si el ejército se ha levantado yo me voy a dormir.
La sublevación comenzó con poca fuerza, pero el apoyo popular fue enorme después de que los republicanos armaron a los milicianos porque no confiaban en el ejército. Vinieron los soviéticos, echaron a Indalecio Prieto y después a Largo Caballero y pusieron a Negrín, el sicario de Stalin, al que le entregaron todo el oro del banco de España por unas armas, algunas de las cuales era de la guerra ruso japonesa de primeros de siglo.
En el 39, cuando la guerra estaba perdida, los propios socialistas con Besteiro a la cabeza, junto al general Rojo y con la división de tanques de Cipriano Mena de la CNT organizaron un golpe de Estado contra Negrín. Mientras los nacionales cercaban Madrid, los tanques republicanos del Coronel Casado combatían en el Paseo de la Castellana con los tanques rojos de Negrín, para poder firmar la rendición ante el General Franco. Trataban de evitar la prolongación de la guerra y la muerte de más jóvenes porque así convenía a Stalin, que estaba negociando con Hitler el pacto germano soviético.
El trato que le dio Franco a Besteiro fue injusto, pues éste era un hombre de la izquierda nacional de toda la vida que desde el 34 se convirtió en más anticomunista que el propio Franco y que luego cuando pudo huir se quedó, sacrificando su vida. Este comportamiento, que el General no comprendió, merecía un respeto.
Enrique Gómez Gonzalvo, 25/09/2018 Referencia 194.