Este año se cumple el 70 aniversario de la creación del Estado de Israel. Setenta años luchando día a día por su supervivencia, defendiéndose de los cinco países árabes vecinos que no quieren vivir con ellos. Les niegan su derecho a existir, a pesar de que cuando los ingleses terminaron su mandato sobre Palestina y abandonaron este territorio, las Naciones Unidas aprobaron la creación de dos naciones separadas: una para los judíos y la otra para los árabes.
Los judíos, en medio de ataques, guerras y rodeados de enemigos, han conseguido situarse en el pelotón más avanzado del mundo. Aunque 90.000 trabajadores palestinos tienen permiso para trabajar en Israel, su mayor logro ha sido haber servido de refugio a todos los judíos del mundo. Los árabes, en cambio, no han logrado crear su estado. Lo que hoy existe, son dos facciones enemigas que se hacen la guerra cada vez que pueden. Una es la Autoridad Nacional Palestina, cuya capital es Ramala controlada por Al Fatah y la otra es la Franja de Gaza controlada por los terroristas de Amas.
Los progres han atribuido el éxito de Israel, primero a Estados Unidos y después al sionismo internacional, pero no se debe a ninguno de los dos. La fuerza del estado israelí radica en sus instituciones democráticas que son las que protegen a los ciudadanos y combaten la corrupción.
Por el contrario, mientras los árabes permanezcan bajo la autoridad moral de unos santones religiosos empeñados en revivir las fantasías medievales, será muy difícil que esos países prosperen y compitan.
Israel, debe ser nuestro socio porque es como nosotros, es como Estados Unidos y la Unión Europea, es Occidente, es una democracia, la única en Oriente Medio.
La diplomacia de Zapatero consistió en apartamos del mundo occidental, de nuestro mundo y acercarnos al mundo árabe con la Alianza de Civilizaciones que fue un invento de Irán, copiado por Moratinos, el hombre de Arafat.
Desde la Franja de Gaza, una y otra vez, los terroristas palestinos apoyados por Siria lanzan misiles contra ciudades israelitas. Las progres se ponen el pañuelo palestino en señal de solidaridad y, como no pueden expulsar nuevamente a los judíos como se hizo en otras épocas, piden la retirada del embajador de Israel. Ellos necesitan un malo malísimo para presumir de lo buenos que son y para que brille su superioridad moral.
En el fondo para los progres y los socialistas, Hamás, ETA o el IRA no son terroristas sino insurgentes contra la opresión de los privilegiados. Los privilegiados son ellos, porque ellos no tienen que temer que los insurgentes los echen al mar. Es por eso que Pedro Sánchez felicita en un twiter a los musulmanes en su fiesta religiosa y no a los católicos. Y por eso considera a las Trece Rosas como víctimas de la barbarie franquista pero no a las monjas, que fueron más de trece, asesinadas por la barbarie opuesta.
Pero, ¿qué tienen en común los progres con los ayatolás y los barbudos que oprimen a las mujeres y ahorcan a los homosexuales? Comparten el mismo odio a nuestra civilización, que es la suya y además Israel es la depositaria de una de sus raíces.
Tenía razón Golda Meir cuando dijo “no habrá Paz en Oriente Medio hasta que los árabes no amen más a sus hijos más que lo que odian a los judíos”.
Enrique Gómez Gonzalvo 5/09/2019 Referencia 339