Es evidente que todos los políticos están a favor de una sociedad más justa, más democrática y con el deseo de que la tarta a repartir sea más grande. Todos están a favor de lo bueno y en contra de lo malo.
El debate político no debe consistir en los objetivos, que son los mismos, sino en las medidas que hay que tomar para conseguirlos.
Los políticos de izquierda creen que el bienestar de la población se consigue aumentando el gasto público y subiendo los impuestos a los ricos. Como esto no es suficiente, la subida también afecta también a la clase media que en nuestras sociedades representa el 70 % de la población.
Los políticos de derecha piensan, por el contrario, en la liberalización de la economía y que el dinero, como dijo Pizarro, donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos.
Ser de izquierdas parece consistir en defender lo público y subir impuestos. Ser de derechas en abrir mercados, reducir el papel del Estado y recaudar menos dinero.
Las ideologías deben ser juzgadas no por principios teóricos sino por sus resultados. Es evidente que si el comunismo ha producido 100 millones de muertos y la ruina económica en todos los países en que se ha establecido, actualmente en Cuba, Corea del Sur y Venezuela, no se comprende muy bien que haya políticos que quieran volver a implantarlo.
Si el capitalismo es el sistema que ha producido mayor riqueza y bienestar, todos los políticos deberían apuntarse a él. Lo contrario es difícil aceptar en términos intelectuales.
Esto es así porque muchos políticos no son honestos y anteponen sus intereses personales al bien común. Su objetivo, no es el bien de los ciudadanos, sino perpetuarse en el poder. Para ello legislan a corto plazo con la vista puesta en las próximas elecciones y en las encuestas para conseguir la reelección.
Debido a la estructura y funcionamiento de los partidos, en política no ascienden los mejores. Como todo el poder lo tiene el jefe del partido que es el que hace las listas electorales, lo fundamental es la disciplina absoluta, halagar los oídos del líder. A los leales se les premia, aunque sean corruptos y a los “traidores” y competidores, que pueden hacer sombra al jefe, se les degrada. Lo resumió Alfonso Guerra con su cinismo habitual en su conocida frase “el que se mueva, no sale en la foto.”
Se cuenta que, en la antigua Roma, Cincinato estaba con las manos en el arado cuando se le llamó para que salvara la República de una invasión. El Senado le dio amplios poderes y cuando resolvió la crisis, volvió al arado. Ha pasado a la historia como el arquetipo de rectitud, honradez e integridad y falta de ambición personal.
Los políticos son necesarios e importantes. Necesarios, porque la autoridad es imprescindible e importantes porque su poder es extraordinario y pueden cambiar el curso de la historia de un país y del mundo. Winston Churchill, del que se ha dicho que fue el político más importante del siglo XX y, para algunos el británico más grande de todos los tiempos, decía que “el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Él vio claro que era necesario destruir a Hitler y pronto intuyó el peligro que representaba la Unión Soviética para la paz mundial. Él evitó que Europa se convirtiera en una granja nazi o en un campo de concentración soviético. Varias generaciones de europeos deberían estarle agradecidos.
En España haría falta que los líderes constitucionalistas de derecha y de izquierda, se pusieran se pusieran de acuerdo para que se cumpliera la ley en Cataluña. Solo así saldríamos de la grave crisis institucional que estamos atravesando y que no tiene paragón en ningún país europeo si exceptuamos Bélgica.
Pedro Sánchez no es un estadista, es un ser sin escrúpulos.
Enrique Gómez Gonzalvo 11/7/2019 Referencia 168