Con el abandono progresivo de las creencias religiosas desde el inicio de la modernidad en Europa, y también en España, se extendió progresivamente como ideología dominante en el antiguo Occidente cristiano el relativismo. Consiste en que no hay unos principios morales universales que obliguen a todas las culturas, sino que cada una de ellas es diferente y todo es relativo.
Al mismo tiempo aparecieron las nuevas utopías políticas, cuya máxima expresión fueron el nazismo y el comunismo, con el consiguiente fracaso.
Posteriormente surgieron las teologías redentoras, como la Teología de la liberación en las que se mezclan la religión y la política, incluso con participaciones guerrilleras. Fundamentalmente consiste en que, para defender a los pobres, hay que empuñar las armas y hacerse terrorista.
Actualmente es llamativo el populismo del papa Francisco, acompañado de un componente demagógico con los más desfavorecidos por la fortuna, que no conduce a ninguna parte.
En Europa por una supuesta modernidad malentendida, parece que el hecho religioso debiera ser erradicado no ya de cualquier expresión pública, sino de cualquier expresión en público.
España, constitucionalmente, no es un estado laico. La Carta magna deja claro que «ninguna confesión tendrá carácter estatal» y también ordena que «los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones».
El catolicismo es todavía la confesión abrumadoramente mayoritaria, importantísima en nuestras calles y en nuestras vidas. Está indisolublemente unido a multitud de tradiciones, como la propia Semana Santa. Esas tradiciones no sólo merecen respeto como manifestaciones religiosas, sino que también son hechos culturales de gran relevancia y, hay que decirlo, en no pocos casos son atractivos turísticos de alcance mundial.
La otra religión con alguna importancia es el Islam. A a diferencia del Cristianismo, ha impedido la democracia, la libertad y los derechos individuales en todos los países en que se ha establecido de forma mayoritaria.
Se da la paradoja que, en las naciones europeas en las que la inmigración musulmana es más antigua, las iglesias cristianas estén vacías mientras que las mezquitas están llenas y además se están radicalizando.
Es llamativo el caso de Turquía. Inicialmente romana y cristiana, Constantinopla fue desde el año 324 la nueva capital del Imperio romano. Permaneció como tal hasta el año 1453, en que que llegaron los musulmanes y la catedral de Santa Sofía fue convertida en mezquita y la capital pasó a llamarse Estambul.
Tras la disolución del Imperio turco después de la Primera Guerra Mundial se fundó la República de Turquía. Su primer presidente Atatürk obligó a todos los menores de 45 años a volver a la escuela para aprender el nuevo idioma, el turco, y sustituyó la sharia por el código civil. De él dijo Churchill que había sido el político más importante del siglo XX.
Apenas 100 años después de su muerte, lo que pretende hacer el actual presidente de Turquía, Erdogán, con el apoyo de las urnas es acabar con el legado de Atatürk, volviendo al islamismo más radical.
Enrique Gómez Gonzalvo 25/06/2010. Referencia 244.