El marxismo es un conjunto de teorías económicas cuya premisa fundamental es la supresión del dinero. Marx, para diferenciar su doctrina del resto de las numerosas teorías socialistas del convulso siglo XIX, le puso a su doctrina el apelativo de comunista y el llamado Manifiesto Comunista se publicó el 21 de febrero de 1848.
La diferencia fundamental con todos los proyectos socialistas de la historia era que, para implantar el socialismo renunciaba a la democracia, que la consideraba un recurso burgués y consideraba imprescindible el uso de la la violencia.
La base de las teorías de Marx está en la plusvalía. El valor de un objeto se mide por el tiempo que tarda en fabricarlo el empresario, que es el único que dispone de las fábricas y materias primas necesarias necesarias para hacerlo. Lugo vende sus productos por un precio superior, obteniendo una plusvalía, que él considera un robo. Por ello los burgueses o capitalistas, controlando la economía y siendo los dueños de los medios de producción, obtienen la mayor parte de los beneficios, mientras que los trabajadores, que son los que generan la riqueza, solo perciben las migajas que les quieren dar.
A lo largo de la historia, la clase trabajadora habría sido sistemáticamente explotada por la clase capitalista que se habría enriquecido a su costa. Esta explotación del hombre por el hombre es el origen de la lucha de clases y ha sido el motor de la historia.
En esta lucha de clases el empresario habría contado siempre con la ayuda del estado, de la religión, de la cultura y de las leyes que han legitimado las relaciones entre ambos, burgueses y trabajadores, que son relaciones de dominación.
Marx creía que los trabajadores se levantarían, pelearían por su libertad y crearían un nuevo sistema político. Propuso la revolución proletaria: acabar con la propiedad privada de los medios de producción para que los trabajadores disfrutaran de todas las riquezas que generan.
Pensaba que los países más industrializados serían los primeros que realizarían la revolución proletaria y ésta fue la primera gran equivocación de Carlos Marx. No ha habido nunca ninguna revolución desde abajo porque nunca los proletarios han vivido tan bien como en la actualidad, incluyendo la época anterior a la revolución industrial.
La toma del Palacio de Invierno, en el comienzo la Revolución Rusa, no fue realizada por una multitud famélica y enardecida que asaltó el palacio del zar. El Palacio de Invierno no era la residencia del zar, que había abdicado el 2 de marzo de 1017, sino la sede del gobierno provisional presidido por Kerensky que estaba en un proceso de democratización.
Los asaltantes no fueron siervos hambrientos, pues todos ellos habíaN sido liberados por Alejandro II en 1861. Tampoco fueron obreros industriales, pues Rusia era entonces un país agrícola en proceso de industrialización, aunque con una renta per cápita muy inferior a las de Inglaterra, Francia y Alemania, pero parecida a la de Austria.
Fue un golpe de estado decidido y planeado por Lenin, el presidente del comité ejecutivo del partido bolchevique, que en la noche del 24 al 25 de octubre ordenó que un grupo de pistoleros ocuparan el Palacio de Invierno y, a continuación, ocupó los puntos clave de la capital, lo que hicieron sin apenas encontrar resistencia.
A continuación crearon el ejército rojo y desencadenaron la guerra civil en la que murieron 1,5 millones de personas, pues mataron a los enemigos de la revolución y, enemigos eran los campesinos que se negaron a entregarles el producto de sus cosechas.
Este proceso se ha repetido en China, Cuba, Vietnam, Angola, Mozambique y en todos los países en que se ha establecido un régimen comunista.
El ejemplo más claro del fracaso del comunismo fue la construcción del Muro de Berlín. Los muros se han levanado a lo largo de la historia para que no entraran los enemigos exteriores, no para que no pudieran escapar los que están dentro.
Enrique Gómez Gonzalvo 1/06/2019 Referencia 180