La opinión pública tiene pésima opinión de los políticos. Gran parte de los españoles cree que la mayoría de sus políticos son incompetentes o corruptos. Quizá no les falte razón, pero tampoco son más tontos que los políticos de nuestro entorno.
¿De qué podría presumir el presidente francés Macrón? Ganó las elecciones diciendo que no puede haber salario mínimo y de pronto, unos chalecos amarillos le ponen de rodillas y tiene que subir el salario mínimo. Pronto le pedirán que tiene que abolir los exámenes.
¿Y la Señora Merkel? Al final del verano del 2015 abrió las fronteras y centenares de miles de refugiados entraron en una Unión Europea, aunque no estaba preparada para recibir esta avalancha. Suscitó las críticas de otros partidos y de gran parte de la opinión pública y dio alas a la extrema derecha. En un acceso de buenismo añadió que Alemania podría recibir 500.000 inmigrantes cada año.
¿Y el Primer Ministro del Reino Unido, David Camerón? En el 2016, pensando que los británicos votarían en contra, convocó el referéndum del “brexit” para reafirmar su carrera política, pues necesitaba cohesionar el Partido conservador.
¿Y Nicolás Sarkozy, el anterior Presidente de Francia? Por su insistencia se produjeron los bombardeos de Libia que determinaron la muerte de Gadafi, y desde entonces, este país está sumido en el caos por la guerra entre las diversas milicias y el contrabando de petróleo, personas y armas.
Lo mismo ocurrió en los Estados Unidos con un Roosevelt, a quien los japoneses le bombardearon toda su armada mientras dormía o con un Clinton que en su día pasó más tiempo negando sus obvias relaciones sexuales con Mónica Lewinsky que gobernando al país.
¿O el mismo Felipe González cuando convocó un referéndum para entrar en la OTAN cuando ya estábamos dentro?
Hay tendencia a considerar que los malos son inteligentes, pero no es verdad. Hay muchos que son muy tontos, como Carmen Calvo, la actual vicepresidenta del Gobierno, que dijo que el dinero público no es de nadie y que confunde anglicismo y anglicanismo. O como Cristina Narbona, la actual Presidenta del Partido Socialista, a la que en Andalucía llaman “la Desalá”. Se inventó las desaladoras, que consisten en que, en lugar de coger el agua de los ríos antes de que llegue al mar, coge el agua cuando ha llegado al mar y le quita la sal.
También ha habido políticos que hicieron cosas buenas como Margaret Tacher, Ronald Reagan o el mismo José María Aznar, que al frente del PP desde 1989, justo una década después de que Thatcher ganase sus primeras elecciones, adoptó ese discurso atlantista y liberal, sobre todo en lo económico, donde cosechó sus mayores éxitos.
Lo importante es que el político tenga unas convicciones morales muy sólidas. Que evite la demagogia y no plantee soluciones ilusorias ante los problemas reales del país. Que sea valiente y tome decisiones, aunque sean impopulares. Y que piense que él está para dirigir y no para gustar y, siempre, cumpliendo la ley.
Lo hará bien o mal, pero no debe regirse por criterios de marketing a corto plazo. Decía Winston Churchill que la diferencia entre un político y un estadista es que el primero piensa en las próximas elecciones y el segundo en las próximas generaciones.
Si no saben que hacer en asuntos fundamentales, no están solos. Para eso están las instituciones. Deben dimitir y convocar nuevas elecciones, antes que tomar decisiones equivocadas.
Pero los políticos son humanos y los humanos cuando tienen poder abusan de él. Siempre ha sido así y siempre lo será. Por ello, los que ostentan los tres poderes del Estado, el legislativo, el ejecutivo y el judicial deben vigilarse mutuamente y a la vez deben estar vigilados por el cuarto poder, los medios de comunicación.
La ambición personal es común a todos los políticos y es lícita e incluso imprescindible para dedicarse a esa actividad, pero lo importante es que vaya acompañada de una sincera voluntad de servicio a la nación.
Enrique Gómez Gonzalvo 05/03/2019 Referencia 420
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