
“La banca” son los 6 u 8 millones de pequeños accionistas que tienen ahí su dinero, decentemente conseguido y tras pagar sus impuestos. La banca son los impositores y el que mediante una hipoteca ha comprado su piso y el autónomo que ha conseguido un pequeño préstamo para montar su empresa.
La extrema izquierda, como el falangista Girón de Velasco durante el franquismo, ya quería la nacionalización de la banca aunque el sector bancario, en todo el mundo y especialmente en España, es el sector productivo más intervenido.
Ese odio de la extrema izquierda no es exclusivo a la banca. Se extiende a los ricos, al capitalismo, a la globalización, a los Estados Unidos y, en definitiva, a la libertad de comercio. Es la envidia de los que nunca serán capaces de competir creando riqueza y puestos de trabajo. De los que quieren el igualitarismo que no la igualdad de oportunidades. Son los que dicen que los bancos fueron rescatados, cuando las beneficiarias del rescate fueron casi en su totalidad las cajas de ahorros, o que los bancos no aportaron nada a la salida de la crisis cuando la ministra Salgado, del Gobierno de Rajoy, se encargó de arrebatarles 6.500 millones de su Fondo de garantía de depósitos para volcarlos en el agujero negro de las cajas.
El origen de las cajas de ahorro está en los Montes de Piedad del siglo XV gestionados por la Iglesia y su función era prestar dinero, sin interés, a las familias sin recursos en situaciones de emergencia, a cambio de empeñar sus pequeñas pertenencias.
Durante el franquismo, las cajas funcionaron relativamente bien, pero Felipe González, para “democratizarlas”, puso en los consejos de administración representantes de los partidos políticos, de la patronal y de los sindicatos y lo que hicieron, como es natural, fue arruinarlas. Fue poner a la zorra al cuidado de las gallinas. El déficit de las mismas no fue por robo sino por pérdidas debidas a créditos e hipotecas concedidas y no pagadas.
El mal estado financiero de las cajas de ahorro, no de los bancos, puso al Estado al borde de la quiebra en el 2012. El Estado se las tuvo que quedar porque nadie estaba dispuesto a hacerlo y el rescate se elevó a 64.000 millones de euros. De los bancos solo se rescataron dos pequeños, el Banco de Valencia que era de Bancaixa y el Banco Gallego que dependía de las cajas gallegas.
El agujero mayor en proporción a su tamaño, fue el de Caixa de Cataluña, bautizada como «La Caixa B», porque proporcionaba el dinero B o negro a sus amiguetes y a todos los partidos políticos catalanes.
La Caja de Cataluña no es Bankia, es muchísimo peor, pero como todos los escándalos en Cataluña que afectan al “pròces” ha sido cubierto por un muro de silencio, mientras todos los días salía en la prensa progre y en las televisiones amigas, Rodrigo Rato y Bancaixa.
El presidente de la Caixa de Cataluña era Narcis Serra, el que fue vicepresidente del Gobierno con González y el favorito para su sucesión, hasta que tuvo que dimitir por el escándalo de las escuchas telefónicas al Rey y a todo el mundo. Próximamente tendrá que comparecer como imputado, y con él, toda la cúpula de la entidad por un «agujero» de 720 millones de euros. Ingresaba en su cuenta todos los años, desde que se a si mismo se nombró presidente de la Caixa, 1,2 millones de euros.
La salida a bolsa de Bankia se hizo porque la CNV y el Banco de España no solo la autorizaron sino que la ampararon. En cuanto a las tarjetas black, Pedro Sánchez, como representante socialista del ayuntamiento de Madrid en Caja Madrid, estaba entre los consejeros que las autorizaron y al que han metido en la cárcel ha sido Rodrigo Rato.
La extrema, extrema, extrema izquierda de Podemos propone que Bankia sea nuevamente “democratizada” como las antiguas cajas y controlada por parlamentarios y organizaciones políticas de todo tipo, incluyendo oenegés, es decir, que se convierta nuevamente en banca pública. Dicen que seguiría otros criterios, para la concesión de créditos, que no sean los de la rentabilidad.
Enrique Gómez Gonzalvo 13/01/2019 Referencia 394