CRISIS EN LA IGLESIA CATÓLICA

 

                                  

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La crisis de la Iglesia, que se inicia con el comienzo de la Modernidad en el siglo XVIII coincidiendo con la Ilustración y cuya causa es la duda sobre la existencia de lo absoluto, se intensifica bruscamente durante  el papado de Juan XXIII (de 1959 a 1963).

Procedía de una familia campesina de 3 hermanos.  Aspecto bondadoso, talante humano, simpático, con dotes de comunicación, no exento a veces de cierta socarronería,  con la convicción de ser “uno de vosotros” cuando se dirigía a interlocutores pobres, austero y excelente diplomático. Fue buena gente, pero su pontificado resultó nefasto para la Iglesia.

 Eran los años de la  Guerra Fría. Se pensaba que Kruschef, que había obtenido grandes éxitos en el  área espacial, podía adelantar económicamente  a los EE UU que se iban a entrampar en la guerra del Vietnam. El comunismo se había establecido  en Cuba amenazando sus misiles  las costas  de EE UU. Todo el mundo creía en la coexistencia pacífica y  el Papa pensaba   que triunfaría  el comunismo en el  mundo y que se crearía en Europa una situación parecida a la que hubo  tras la caída del Imperio romano.

En este contexto convocó Juan XXIII el Concilio Vaticano II.  Normalmente los concilios tienen lugar cuando hay un grave problema,  una crisis fuerte en el seno de la Iglesia  o una herejía y  concluyen  con el cierre de filas y con  una mayor rigidez en la disciplina eclesiástica.

 Así,  Pío IX  convocó el Concilio Vaticano I, que fortaleció la autoridad universal del Papa con el dogma de la Infalibilidad  en materia religiosa y ética,  y fijó de forma definitiva el culto mariano con el dogma de la Inmaculada Concepción.

 El Concilio de Trento en el siglo XVI, que puso fin a los excesos del clero renacentista, estableció rígidas normas de disciplina para los sacerdotes y religiosos, reguló la celebración de los sacramentos y frenó el avance del protestantismo.

Juan XXIII no convocó el concilio ante el grave problema que representaba el comunismo internacional, sino  para conseguir  la modernización de la Iglesia  y acercarla al mundo de los años sesenta.

Esta modernización consistió, en lo que se refiere al clero en  el abandono de la vestimenta talar: sotana, hábito, alzacuello y poco más. En la liturgia, en la sustitución del latín por las lenguas vernáculas, en oficiar la misa de cara al pueblo, en sustituir la música sacra por guitarras y otros detalles.

No le plantó cara al comunismo sino que se rindió ante él, en el llamado Pacto de Metz en 1962.

Pío XI en 1937 en su encíclica Divinis Refenplanis escribió que “el comunismo es intrínsecamente perverso”. Juan XXIII en dicho pacto  acordó con un representante de la Unión Soviética, que ésta permitiría que varios miembros de la Iglesia ortodoxa rusa asistirían como observadores al Concilio y a cambio el Vaticano se comprometió a no condenar el comunismo.

 Tremendo error que permitió a la Unión Soviética el asalto a la Iglesia  sudamericana, mediante la Teología de la Liberación. Dicha teología, cuyos antecedentes son los curas obreros franceses, consiste fundamentalmente en admitir que es lícita la violencia para combatir las desigualdades económicas en los países pobres, es decir que justifica el terrorismo. Por eso hubo curas, como en el gobierno sandinista de Nicaragua, que eran ministros de un gobierno comunista y que celebraban misa con pistola al cinto.

Los resultados del concilio fueron pésimos para la Iglesia  como institución.  Hubo una  crisis en  casi todas las órdenes y congregaciones religiosas que quedaron diezmadas. Especialmente intensa fue en la Compañía de Jesús, antaño los soldados  del Papa.

 Se secularizaron miles de sacerdotes, se vaciaron los seminarios y las iglesias y el comunismo se infiltró en el mismo seno de la Iglesia católica. Por eso, Juan XXIII disfruta de tan buena prensa y es tan querido entre los progres.

No es extraño que su sucesor, Pablo VI que clausuró el Concilio, viviera atormentando por las consecuencias que tuvo, pensando que el humo de infierno entraba en el Vaticano.

Después vendría Juan Pablo II que si le plantó cara al comunismo con su famoso ¡No tengáis miedo!  Su intervención junto a la de Ronald Reagan fue decisiva para la caída del Muro de Berlín.

El experimento de una Iglesia progresista que  adopta posiciones sociopolíticas muy a la izquierda ha sido ya llevado a cabo con millones de fieles por la Iglesia anglicana con resultados desoladores. La anglicana es una Iglesia en liquidación por derribo.

Un paso más en la “modernización” de la iglesia con  el nuevo papa Francisco, que simpatiza con la izquierda, que dice que el capitalismo mata, que comprende el terrorismo musulmán y que asusta a los católicos, puede contribuir al objetivo de la izquierda: conseguir una sociedad completamente secularizada, en la que la iglesia sería poco más que una asociación con fines caritativos y asistenciales, vagamente relacionada con la espiritualidad. Una especie de ONG con unos empleados, los sacerdotes, que apenas se diferenciarían de un empleado, pongamos, de banca.

Una vez más, el ocaso de una institución, la Iglesia Católica, no se debería  a enemigos exteriores, sino en que ella misma se ha empeñado en auto destruirse.

Enrique Gómez Gonzalvo 6-11-2018 Referencia 53


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