El ministro de cultura, José Grimau, ha dicho que los animales sufren tanto como el hombre. Esto solo lo podría decir un animal, y si lo dice un ser humano, es que no sabe lo que dice.
El cerebro de los animales recibe los estímulos dolorosos que le llegan del sistema nervioso periférico y si pinchamos con una aguja a un animal, éste en un mecanismo reflejo, retirará el miembro que ha sufrido la agresión exactamente como lo haría un ser humano. La diferencia está en que el animal no sabe que ha sentido dolor porque no sabe ni siquiera que existe.
La Alemania nazi fue el primer país en promulgar leyes restringiendo la experimentación con animales y en prohibir la vivisección. Aprobaron leyes de protección de la naturaleza, de definición de reservas naturales, de preservación de los bosques y de reducción de la contaminación del aire. Prohibieron la muerte de animales que no estuvieran previamente anestesiados. Y todo ello al mismo tiempo que ponían a punto la mayor y más inhumana máquina de exterminio de seres humanos que hayamos conocido.
Cuando alguien presume de animalismo, y alardea de buenos sentimientos hacia otras especies, me pregunto: ¿lo que ellos sienten es amor por los animales o aversión a las personas? No se trata de una pregunta baladí porque desde el campo del ecologismo no sería la primera vez que oímos a alguien abogar por la reducción de la población humana. Son los que consideran a nuestra especie como una plaga, que hubiera invadido la tierra, y que hubiera venido a perturbar a la madre naturaleza y al resto de las especies animales.
Viene esto a cuento de unas declaraciones del ministro de Cultura, que dijo en un discurso que teníamos que empezar a los animales como dotados de la misma inteligencia, sensibilidad y derecho a la vida que nosotros.
Me dan grima este tipo de discursos. Cada vez que oigo equiparaciones de este estilo automáticamente me pregunto si las personas que las realizan quieren realmente dotar a los animales de los mismos derechos que los seres humano o, si por el contrario, lo que en realidad pretenden es que los seres humanos tengamos los mismos derechos que los animales.
Me acuerdo de la perrita Blondi y del amor que su amo sentía por ella, pues los mismos que prohibieron la muerte cruel de los animales fueron capaces de inventar cámaras de gas.
Antes de suicidarse con una pastilla de cianuro, Hitler se la hizo tragar a sus seres más queridos, Eva Braun y la perrita Blondi, para evitar la muerte horrible que les infligirían los aliados si cayeran vivos en sus manos. Alguno de sus colaboradores ha dicho que quería más a la perrita que a su propia esposa.
A nadie le gusta ver sufrir a los animales, pero tampoco nos gusta que crean que compartimos nuestra sensibilidad con la lombriz de tierra.
Enrique Gómez Gonzalvo 18-08-2018 Referencia 324