En estos 40 años de democracia España se ha modernizado en muchos aspectos, pero pasan cosas sorprendentes.
Veinticinco años después de la caída del Muro de Berlín, un partido comunista, Podemos, que se llama a si mismo leninista tiene 5 millones de votos.
La Segunda República se presenta como un período democrático cuando el historiador norteamericano e hispanista Stanley Payne dice que ese período fue peor que la actual República bolivariana de Venezuela y casi ha llegado a legitimar el golpe de Franco que trajo la pacificación del país.
En 1977 nadie pensó que el español, idioma que lo hablan entre 500 y 600 millones de personas en todo el mundo, se llegaría a perseguir en parte de España. La culpa no solo es de los nacionalistas, es también de gran parte de la izquierda e incluso de Manuel Fraga, que para hacerse perdonar el hecho de haber sido franquista aunque de los más aperturistas, se hizo más galleguista que nadie.
Nadie pensó que en Baleares echarían a los sanitarios que no tuvieran el suficiente nivel de catalán. Que en Valencia doce ayuntamientos se propondrían des castellanizar los apellidos y los nombres de los niños recién nacidos. Que en Asturias querrían convertir en idioma oficial el bable, que no habla nadie y cuyo proyecto costaría 73,1 millones de euros.
Que Lamban, el presidente de la Comunidad de Aragón, ha decidido cambiar el nombre de los pueblos de Teruel donde se habla chatorriau, dialecto más parecido al valenciano que al catalán y que quieren erradicar para imponer el catalán de Pompeu Fabra.
Que la izquierda aragonesa se siente inferior a la izquierda catalana y está a sus órdenes, dispuestos a convertir Aragón en colonia de una Cataluña independiente.
Nadie pensaba tampoco que en lugar de coger el agua antes de que desemboque en el mar, como Aragón y Cataluña se opusieron, lo hacen después de vertida en el mar y proceden a quitarle la sal en las desaladoras que se inventó la ministra de Zapatero Cristina Narbona. Y, como el invento no funcionó, el Levante español se ha quedado sin el agua que necesita para los regadíos y para el desarrollo turístico.
Todas las autonomías tienden a aumentar las competencias y su poder en detrimento del Estado y cultivan el agravio comparativo, no siendo posible que el Estado central robe a todas ellas. Son como condados feudales que se quieren convertir en estados independientes.
La Leyenda negra, que ya se ha olvidado en Europa, persiste sobre todo en la izquierda que considera a España un país atrasado y a la que no ama porque la identifica con Franco y Dª Carmen. ¿Deberíamos haber entregado España a los franceses? ¿No era tan déspota Napoleón como Fernando VII? ¿La guillotina era mejor que el garrote vil? No hablan de las ansias de libertad en los héroes del 2 de Mayo, de la Constitución liberal de Cádiz de 1812 o del progreso de la Civilización con el descubrimiento y la colonización de América.
La izquierda no puede olvidar la Guerra Civil culpando solamente al bando nacional de todas las fechorías, aunque la fosa más grande de cadáveres está en las cunetas de Paracuellos.
Enrique Gómez Gonzalvo 227-07-2018 Referencia 314